Cuando tenía 8 años, uno de mis libros favoritos era “Pollyanna”. Para aquellos que no sepan de qué va la historia, se trata de una niña huérfana que tiene que irse a vivir con su tía, una señora mal encarada y amargada, y cuya sobrina tiene una extraña virtud, ver siempre el lado positivo de las cosas. Esta exaltación de lo positivo a la mayoría nos chirría, porque por lo que general, invocamos a todos los santos a diario, juramos en arameo y somos más de la ley de Murphy. Probablemente tendemos hacia lo negativo, directamente proporcional al hecho de cumplir años y ver el lado oscuro de esto que es vivir.
No obstante, en estos días de paro forzoso he estado pensando (¿ qué otra cosa puede hacer una insomne incapacitada? ) que tal vez, la Ley de Murphy se cumple porque somos unos agoreros. Al parecer, según leí no hace mucho, el 80% de las cosas malas que tememos puedan pasar, nunca pasan, con lo que haciendo caso a las probabilidades, solo hay un 20% de que nos llevemos un disgusto y nos hemos agobiado por nada. ¿ cuántas horas de privación de sueño hemos padecido pensando en lo malo que puede pasar y luego nunca pasa? ¿ quién nos compensa esa angustia vital por un problema que a la luz del día no es tal? ¿ y esa opresión en el pecho, ese temor que te hace estar irascible y que no era para tanto?.
Así que, desde hoy, creo que voy a apartar todo pensamiento pesimista y negativo a fin de ver el lado bueno de las cosas ( a veces cuesta ) y neutralizar los principios de la ley de Murphy.
Hace unos días me he tenido que operar, y evidentemente, cualquier operación tiene su riesgo, dolor, molestias, pero también algo positivo:
1.- Diagnóstico. Allá por Diciembre, cuando física y moralmente estaba bastante mal, me dice el médico que tengo que volver a operarme. Para las que somos adictas al trabajo, es una pésima noticia, pero el lado bueno es….tienes que descansar, sí o sí. Una oportunidad estupenda para estar días sin hacer nada más que preocuparte de ti misma.
2.- Depilación. El invierno, la falta de tiempo, el frío … ¿quién tiene tiempo para depilarse? Cuando tenías más pelo que Chewaca y te repetías aquello de “ el hombre como el oso, cuanto más peludo, más hermoso” vas y tienes que rasurarte todo. Una experiencia religiosa eso de no notar nada entre la ropa y tu piel. Metrosexual, cuando vuelve el hombre y las barbas como última tendencia, por ir contracorriente. Y la pedicura, que no queda bien eso de ir arañando al quirófano, que a saber en qué se fijan los médicos cuando estás inconsciente.
3.- Limpieza general. No de la casa, esa queda hasta que vuelen los pelusones, sino limpieza interior. Y para ayuda, Fosfosoda diluída en zumo de varios sabores, si bien sigue siendo vomitiva. El lado bueno es que te hace una purga espectacular, que de tanto que visitas el baño te parece imposible que quede algo dentro y solo falta que te salga un alien. Si la Preysler hace un día de dieta depurativa a base de zumo de Pomelo, yo no voy a ser menos. A ver si va a ser esto el secreto de su eterna juventud y no las operaciones estéticas.
4.- Un día entero sin tener que preocuparte de nada. Después de la operación, con la vía, 4 tubos conectados y la sonda, y tú, sin necesidad de moverte ni para rascarte la naríz. Esto pocas veces se da en la vida, ni levantarte para orinar, con el frío que hace !
5.- Escuchar tu música. Porque los insomnes momificados, dado que no podemos movernos, no podemos dormir, ni levantarnos a orinar, ¿qué otra cosa puedes hacer además de pensar y contar ovejas? Pues escuchar música a las 3 de la mañana. Una magnífica oportunidad para dar repaso a la música de los ochenta y bailar moviendo el dedo gordo del pie, al ritmo de Level 42, Mike & the Mechanics o Wax. Sí, Pablo, también escucho a Elvis, que ya sabes que yo soy muy ecléctica y me gusta un poco de todo ( menos Los Planetas).
6.- Recibir a más gente que en una recepción papal. En un hospital, jamás te quedas solo. Tu habitación es un trajín de gente desde las 7 de la mañana ( que si el suero, el antibiótico, el calmante), la limpiadora, la que hace la cama, la que cambia las bolsas, la que te trae el desayuno, el médico, la que te toma la tensión, la temperatura, la que te viene a ver si necesitas algo, la que te dice que camines para que no tengas gases…que digo yo ¿ no sería más divertido que quedasen todos en recepción y entrasen a la vez, en plan camarote de los hermanos Marx? . Que conste que se agradece el cariño y cuidados, pero intentas no desarrollar pensamientos maquiavélicos cuando te dicen “ tienes que dormir. Quieres algo para dormir?” “pero si no me dejáis, que esto tiene más ambiente que un concierto gratis en la Playa de Riazor !” Piensa en positivo, nunca estarás sola.
7.- Dolor de espalda. El primer día te hace gracia la cama articulada, no tener que moverte para nada. El segundo día, quieres calmantes para la espalda. Lo bueno es que cuando al día siguiente te dicen que tienes que levantarte ( ¿está loca? ¿Con toda la tripa llena de grapas?) te acuerdas de Rafaella Carrá “Ay qué dolor, qué dolor, dentro de un armario, que dolor !”. En el fondo, lo estás deseando. Porque la cama es alta, sino bajabas a rolos. Un alivio para tu espalda y tus riñones, que parece que les ha pasado un camión por encima y tiene forma de S. Otra cosa es el caminar, que no es nada elegante ni sensual, pero mira, en esta vida sobre valoramos todo, hasta los andares, qué carallo, una camina como puede, aunque sea un híbrido entre Chiquito de la Calzada y Robocop. Por otra parte, yo creo que la parte del cerebro que regula el dolor es masculina. Es imposible que te duelan dos cosas a la vez. Si te duele una parte más que otra, la otra quedas relegada a mera molestia. Comprobado.
8.- Ducharse. Esa actividad que hacemos todos los días y nunca valoramos. No hay placer mayor que el sentir esa cascada de agua desde la cabeza a los pies y no este invento de lavarse “por parroquias” que además de llevarte más tiempo, es un coñazo. Hay que volver a ser primitivos para valorar esas pequeñas cosas cotidianas.
9.- Ir al baño. Que conste que no hay mayor placer, una vez extraída la sonda, que el poder orinar en un wc. Ese invento llamado “ cuña” es lo más estimulante para levantarte de la cama, caminar como Chiquito, hacer aspamientos extraños como agarrarse a la rosca de la calefacción y al lavabo y poder orinar sola. Las mujeres lo tenemos mal para orinar en la cama, como casi todo.
10.- Tiempo para todo. Una no sabe lo que el día da de sí, hasta que tiene tiempo y tiempo. Puedes leer, mirar para el techo, dormir a ratos ( la espalda, esa gran maltratada), y engancharte a una telenovela. Porque ese mundo telenovelero es apasionante. Una chica torda y pobre que se enamora de chico rico y julai, que tiene una novia que es una chunga a la que no quiere, pero como es un pusilánime y la torda es tan buena que es tonta, prepara toda clase de maldades para separarlos. Y siempre hay un embarazo por medio, que digo que a esta gente habría que hablarles de la planificación familiar y las enfermedades de transmisión sexual, que no es posible que a las alturas que estamos, no sepan las consecuencias de sus actos. Los diálogos, de traca. Ojiplática me hallo.
11.- Dejar de ser Superman. Como dice mi amiga Ale, no soy Superman ( lo dice Doña Misola, que conste). Nadie es imprescindible, y el mundo funciona igual sin mi. Así que intentaré superar este defecto, relajarme todo lo posible y descansar, que ya no me acuerdo qué es eso.
12.- Una cura de humildad. Para las que somos superman y “misola” creemos que no necesitamos de nadie porque somos muy resueltas y autosuficientes. El verte limitada para levantarte de la cama, no poder asearte sin ayudar, ni apenas caminar, es una gran cura de humildad para bajarnos a la tierra y recordar que todos necesitamos de todos, siempre, aunque estemos en perfecto estado físico. Y también nos sirve como estímulo para la recuperación. La autonomía es un gran valor, pero también conviene recordar que en diferentes etapas de nuestra vida, necesitamos de los demás. Y recibir cariño, cuidados y afectos, que en el día a día, nos deshumanizamos.
Así que os animo a ver el lado bueno de las cosas, el vaso medio lleno, no tomarnos la vida demasiado en serio ( ya lo decían los Monty Phyton en “ La vida de Brian”) total, no hay más broma que ésta de vivir para morirnos, pero mientras tanto, como la vivamos, es cuestión de actitud. Siempre habrá un lado bueno de las cosas, aunque a veces, nos cueste encontrarlo.
No obstante, en estos días de paro forzoso he estado pensando (¿ qué otra cosa puede hacer una insomne incapacitada? ) que tal vez, la Ley de Murphy se cumple porque somos unos agoreros. Al parecer, según leí no hace mucho, el 80% de las cosas malas que tememos puedan pasar, nunca pasan, con lo que haciendo caso a las probabilidades, solo hay un 20% de que nos llevemos un disgusto y nos hemos agobiado por nada. ¿ cuántas horas de privación de sueño hemos padecido pensando en lo malo que puede pasar y luego nunca pasa? ¿ quién nos compensa esa angustia vital por un problema que a la luz del día no es tal? ¿ y esa opresión en el pecho, ese temor que te hace estar irascible y que no era para tanto?.
Así que, desde hoy, creo que voy a apartar todo pensamiento pesimista y negativo a fin de ver el lado bueno de las cosas ( a veces cuesta ) y neutralizar los principios de la ley de Murphy.
Hace unos días me he tenido que operar, y evidentemente, cualquier operación tiene su riesgo, dolor, molestias, pero también algo positivo:
1.- Diagnóstico. Allá por Diciembre, cuando física y moralmente estaba bastante mal, me dice el médico que tengo que volver a operarme. Para las que somos adictas al trabajo, es una pésima noticia, pero el lado bueno es….tienes que descansar, sí o sí. Una oportunidad estupenda para estar días sin hacer nada más que preocuparte de ti misma.
2.- Depilación. El invierno, la falta de tiempo, el frío … ¿quién tiene tiempo para depilarse? Cuando tenías más pelo que Chewaca y te repetías aquello de “ el hombre como el oso, cuanto más peludo, más hermoso” vas y tienes que rasurarte todo. Una experiencia religiosa eso de no notar nada entre la ropa y tu piel. Metrosexual, cuando vuelve el hombre y las barbas como última tendencia, por ir contracorriente. Y la pedicura, que no queda bien eso de ir arañando al quirófano, que a saber en qué se fijan los médicos cuando estás inconsciente.
3.- Limpieza general. No de la casa, esa queda hasta que vuelen los pelusones, sino limpieza interior. Y para ayuda, Fosfosoda diluída en zumo de varios sabores, si bien sigue siendo vomitiva. El lado bueno es que te hace una purga espectacular, que de tanto que visitas el baño te parece imposible que quede algo dentro y solo falta que te salga un alien. Si la Preysler hace un día de dieta depurativa a base de zumo de Pomelo, yo no voy a ser menos. A ver si va a ser esto el secreto de su eterna juventud y no las operaciones estéticas.
4.- Un día entero sin tener que preocuparte de nada. Después de la operación, con la vía, 4 tubos conectados y la sonda, y tú, sin necesidad de moverte ni para rascarte la naríz. Esto pocas veces se da en la vida, ni levantarte para orinar, con el frío que hace !
5.- Escuchar tu música. Porque los insomnes momificados, dado que no podemos movernos, no podemos dormir, ni levantarnos a orinar, ¿qué otra cosa puedes hacer además de pensar y contar ovejas? Pues escuchar música a las 3 de la mañana. Una magnífica oportunidad para dar repaso a la música de los ochenta y bailar moviendo el dedo gordo del pie, al ritmo de Level 42, Mike & the Mechanics o Wax. Sí, Pablo, también escucho a Elvis, que ya sabes que yo soy muy ecléctica y me gusta un poco de todo ( menos Los Planetas).
6.- Recibir a más gente que en una recepción papal. En un hospital, jamás te quedas solo. Tu habitación es un trajín de gente desde las 7 de la mañana ( que si el suero, el antibiótico, el calmante), la limpiadora, la que hace la cama, la que cambia las bolsas, la que te trae el desayuno, el médico, la que te toma la tensión, la temperatura, la que te viene a ver si necesitas algo, la que te dice que camines para que no tengas gases…que digo yo ¿ no sería más divertido que quedasen todos en recepción y entrasen a la vez, en plan camarote de los hermanos Marx? . Que conste que se agradece el cariño y cuidados, pero intentas no desarrollar pensamientos maquiavélicos cuando te dicen “ tienes que dormir. Quieres algo para dormir?” “pero si no me dejáis, que esto tiene más ambiente que un concierto gratis en la Playa de Riazor !” Piensa en positivo, nunca estarás sola.
7.- Dolor de espalda. El primer día te hace gracia la cama articulada, no tener que moverte para nada. El segundo día, quieres calmantes para la espalda. Lo bueno es que cuando al día siguiente te dicen que tienes que levantarte ( ¿está loca? ¿Con toda la tripa llena de grapas?) te acuerdas de Rafaella Carrá “Ay qué dolor, qué dolor, dentro de un armario, que dolor !”. En el fondo, lo estás deseando. Porque la cama es alta, sino bajabas a rolos. Un alivio para tu espalda y tus riñones, que parece que les ha pasado un camión por encima y tiene forma de S. Otra cosa es el caminar, que no es nada elegante ni sensual, pero mira, en esta vida sobre valoramos todo, hasta los andares, qué carallo, una camina como puede, aunque sea un híbrido entre Chiquito de la Calzada y Robocop. Por otra parte, yo creo que la parte del cerebro que regula el dolor es masculina. Es imposible que te duelan dos cosas a la vez. Si te duele una parte más que otra, la otra quedas relegada a mera molestia. Comprobado.
8.- Ducharse. Esa actividad que hacemos todos los días y nunca valoramos. No hay placer mayor que el sentir esa cascada de agua desde la cabeza a los pies y no este invento de lavarse “por parroquias” que además de llevarte más tiempo, es un coñazo. Hay que volver a ser primitivos para valorar esas pequeñas cosas cotidianas.
9.- Ir al baño. Que conste que no hay mayor placer, una vez extraída la sonda, que el poder orinar en un wc. Ese invento llamado “ cuña” es lo más estimulante para levantarte de la cama, caminar como Chiquito, hacer aspamientos extraños como agarrarse a la rosca de la calefacción y al lavabo y poder orinar sola. Las mujeres lo tenemos mal para orinar en la cama, como casi todo.
10.- Tiempo para todo. Una no sabe lo que el día da de sí, hasta que tiene tiempo y tiempo. Puedes leer, mirar para el techo, dormir a ratos ( la espalda, esa gran maltratada), y engancharte a una telenovela. Porque ese mundo telenovelero es apasionante. Una chica torda y pobre que se enamora de chico rico y julai, que tiene una novia que es una chunga a la que no quiere, pero como es un pusilánime y la torda es tan buena que es tonta, prepara toda clase de maldades para separarlos. Y siempre hay un embarazo por medio, que digo que a esta gente habría que hablarles de la planificación familiar y las enfermedades de transmisión sexual, que no es posible que a las alturas que estamos, no sepan las consecuencias de sus actos. Los diálogos, de traca. Ojiplática me hallo.
11.- Dejar de ser Superman. Como dice mi amiga Ale, no soy Superman ( lo dice Doña Misola, que conste). Nadie es imprescindible, y el mundo funciona igual sin mi. Así que intentaré superar este defecto, relajarme todo lo posible y descansar, que ya no me acuerdo qué es eso.
12.- Una cura de humildad. Para las que somos superman y “misola” creemos que no necesitamos de nadie porque somos muy resueltas y autosuficientes. El verte limitada para levantarte de la cama, no poder asearte sin ayudar, ni apenas caminar, es una gran cura de humildad para bajarnos a la tierra y recordar que todos necesitamos de todos, siempre, aunque estemos en perfecto estado físico. Y también nos sirve como estímulo para la recuperación. La autonomía es un gran valor, pero también conviene recordar que en diferentes etapas de nuestra vida, necesitamos de los demás. Y recibir cariño, cuidados y afectos, que en el día a día, nos deshumanizamos.
Así que os animo a ver el lado bueno de las cosas, el vaso medio lleno, no tomarnos la vida demasiado en serio ( ya lo decían los Monty Phyton en “ La vida de Brian”) total, no hay más broma que ésta de vivir para morirnos, pero mientras tanto, como la vivamos, es cuestión de actitud. Siempre habrá un lado bueno de las cosas, aunque a veces, nos cueste encontrarlo.