sábado, 7 de febrero de 2015

DUELE EL AMOR



Hace unos días fui a un funeral. No recuerdaba la última vez que asistí a uno, y eso que por desgracia, últimamente se ha ido gente muy querida. Casualmente, ninguno era creyente, con lo que no tenía sentido la celebración de un ritual en el que no creían.

Esta amiga,  por expreso deseo, quiso un entierro en la intimidad así que no podía fallarle en su despedida.  Y a la espera del  tono monótono de los funerales habituales, me senté en un banco, en la última fila, a escuchar la homilía con la congoja por la pérdida de una gran persona que se nos había ido para siempre. La iglesia estaba abarrotada, lo que me pareció muy significativo, ella se lo merecía y a las buenas personas no podemos fallarles en el último homenaje. 

El sacerdote que ofició el funeral era un señor mayor, con voz pausada y poco enfática, pero he de reconocer que nos conmovió a todos con sus palabras y casi nadie pudo omitir el llanto, incluída yo, a quien siempre le costó llorar y desde su primera frase, ya sentí un nudo en la garganta.  
 Una de las anécdotas que contó fue la de un niño que lloraba la pérdida de su abuelo. Y en el funeral, no podía dejar de llorar pese a los intentos vanos de su abuela que le decía “ no llores, no llores”. El niño, ante la insistencia, se rebeló en sus emociones y le dijo “ llorar es otra forma de amar”. 

Duele el amor. Duele cuando lo tenemos, porque nos volvemos empáticos y las penas del ser querido son nuestras, duele el amor no correspondido, y no por egoísmo ( amar es dar sin esperar nada a cambio) sino por la impotencia de dar amor que no quiere ser recibido, duele cuando lo perdemos, porque nos sentimos huérfanos de afecto y nos aflige el tener tanto que dar y no tener quien recibirlo. 

EL amor y el dolor es una especie de binomio mal entendido, porque lo contrario al amor no es el dolor, sino la ausencia de él. 

“ Una vez tuve un clavo,

clavado en el corazón,

 y no me acuerdo si era aquel clavo

 de oro, de hierro o de amor”

“ después ya no sentí más tormentos,

ni supe lo que era dolor.

Supe que tan solo  que no sé qué me faltaba

en donde el clavo faltó”
Rosalía de Castro


No quiero que te vayas dolor,

última forma de amar.

Me estoy sintiendo vivir cuando me dueles,

 no en ti, ni aquí, más lejos:

en la tierra, en el año de donde vienes tú,

en el amor con ella y todo lo que fue.” 
Pedro Salinas.  

 No entendí hasta ese momento que yo lloraba por amor. Creí que lo hacía por pena, nostalgia, por desazón, por lo que se fue y no volverá. Probablemente, también, pero el que muchas veces se me llenen los ojos de lágrimas al recordar a quienes quise y ya no están, no era más que una demostración del amor que aun sentía por ellos, un amor intacto e imperecedero, que no caduca en el tiempo, que no se va aunque ellos ya no estén físicamente. 

Adela dejó una carta de despedida. En la vida, uno no solo se describe por lo que hizo o fue, sino por cómo se marcha. Y ella lo hizo como lo que era, una persona bondadosa, generosa, humilde, dando las gracias a la vida. Cuando supo de su inmediato fin, tuvo la valentía de coger el teléfono y despedirse de su círculo más próximo y dejar escrita, con su preciosa letra, una carta que nos conmovió, aún más si cabe, a todos en la iglesia. No podía ser de otra manera, en la boca de una de sus hijas, agradeciendo lo que tuvo, lo que le fue dado – incluídas sus tristezas- y la paz interior con la que se iba, hablando de la sabiduría de su dios, en el que tanto creía, y con el cariño que siempre trató a todo el mundo.  Nos quedamos sin respiración, con la emoción contenida, con lágrimas en los ojos que empezaron a brotar para demostrar nuestro afecto y cariño hacia ella. Y lo que mejor la describió al finalizar el acto “ pasó por el mundo haciendo el bien”. 

Al salir, la noche estaba lluviosa y fría. Un mundo más huérfano de buenas personas. El cielo también lloraba. ¿Cómo evitar sufrir por amor? ¿No queriendo? ¿Obviando cualquier vínculo para ahorrarnos cada lágrima, cada momento de angustia, cada dolor en soledad?¿ Es posible vivir sin establecer vínculos con nadie por el mero hecho de evitar que nos hagan daño o podamos sufrir?. 

Siempre que se me pasa por la cabeza este pensamiento, recuerdo aquella frase de la película “ El primer caballero”. “ Un hombre que no teme a nada, no ama nada.  Y si no amas nada, ¿ qué dicha hay en la vida?”. El sentido a todo esto, a sufrir en la vida, y a aspirar a no sufrir cuando uno se va a morir ( así debiera ser), no es otro que el querer. Adela así se lo hizo saber a sus hijas. No temía a la muerte, creía que existía otra vida mejor, pero sí se iba con pena por no volver a ver más a sus seres queridos.  Porque tener un clavo en el corazón, puede no ser tan malo, porque llorar porque nos emocionamos, es un acto de amor, porque afligirnos por los que se van, nos hace sentir que estamos vivos.

La otra noche, cuando subía ya tarde de trabajar, me fijé que encima del mar, se descubría una hermosa luna llena en el cielo despejado y una estrella que brillaba. Rebajé el ritmo de mi apurado paso y pese al frío, me quedé observándola unos segundos. Me emocioné. El amor sale por los ojos, sobre todo, cuando de repente, por un pequeño instante, te das cuenta, que también amas la vida.