martes, 27 de diciembre de 2016

¡QUE BELLO ES VIVIR!

Hace 3 años empecé a escribir este blog. Tuve un blog anterior, que me sirvió de mucho en un determinado momento, pero cuando falleció mi padre entendí que necesitaba empezar de nuevo, incluyendo  nuevo blog, como el que empieza nueva libreta, nuevo diario, nueva vida porque ya nada podría ser igual. Mi amiga Pili me dijo una vez que empezó a escribir su blog por la imperiosa necesidad de decirle a su madre lo mucho que la quería. Supongo que yo también necesitaba decirle a mi padre lo mucho que le quería, la conversación pendiente que nunca se produjo, aunque mi motivo fue más egoísta. Fue la incapacidad de superar un acontecimiento que no por no esperado, me sorprendió porque siempre mantuve cierta esperanza de que no ocurriese el fatal desenlace. El autoengaño ante lo que se avecina y que puede producirte tanto dolor te deja en un estado de shock tal que eres incapaz de verbalizar tus pensamientos, sentimientos, llegando a psicosomatizar enfermedades que no son tales. Transcurrido el tiempo, que es la mejor cura para el dolor y las heridas, entendí que la obligación de los que quedamos es vivir la vida por los que se han ido con lo que la actitud, los pensamientos negativos, las lágrimas, se transforman en esperanza y deseos de vivir y no de sobrevivir como estaba haciendo durante muchos meses, incluso años.  No sé si es bello sobrevivir, probablemente no, es simplemente sentir que respiras, comes, duermes y mantienes tus constantes vitales, pero permanecer en este estado vegetativo no tiene mucho sentido, sobre todo porque te estás perdiendo el fin por el que sobrevives, vivir.

Casi todas las navidades reponen una de mis películas favoritas, “ Qué bello es vivir”. No voy a contar el argumento porque todo el mundo la habrá visto pero sí pararme en analizar a su personaje principal, interpretado magníficamente por James Stewart, George Bailey, un joven lleno de sueños a los que renuncia una y otra vez porque prioriza los deseos y necesidades ajenas sobre las propias. Esos sueños, salir del pueblo, ver mundo, hacer grandes cosas… le impiden ver que con pequeños gestos, se hacen grandes gestas, las de ayudar al prójimo y cambiar la vida de otros. Ese sentimiento continuo de supervivencia a la espera de vivir le impide ver su propia vida, sus logros, su “ haz el bien y no mires a quien” hasta que se ve desesperado y lamenta haber nacido. Claro que aquí aparece la parte menos creíble de la película, un ángel que le muestra cómo sería el mundo sin él y como sus acciones cambian la vida de la gente que le rodea. Es cierto. No somos especialmente conscientes de cómo nuestros actos, acciones, omisiones, afectos o desprecios pueden cambiar la vida de las personas. Aquel profesor que vio tus habilidades cuando eras pequeño y las potenció hasta convertirte en alguien, o aquel que te minusvaloró haciéndote creer que no valías y acabó condenándote a una vida más anodina sin ambiciones personales. George Bailey no era capaz de ver esto hasta que una alma no tan caritativa en forma de ángel ( digo no tan caritativa porque si hacía bien su función, ganaría unas alas) le muestra el mundo sin él, mucho más triste, menos solidario, menos comprensivo, más capitalista ( el antagonista un ser avaro y cruel sacando rendimiento de las desgracias ajenas para aumentar su cartera). Su ausencia provocaría un efecto en cadena de muertes y acontecimientos que hubieran salvado la vida de varias personas. Tras tremenda imagen, desesperado acude al puente desde donde pensaba quitarse la vida y grita desesperado “ ¡quiero volver a vivir! “.  Y esa es la palabra clave, vivir quizá renunciando a unas expectativas o sueños que nunca se iban a cumplir pero a cambio tiene otros que suplen aquellas que nunca sabríamos si se darían. Mi amiga Cristina dice que las cosas no suceden por casualidad. Yo en cambio creo más en el libre albedrío, en la capacidad de decisión y autonomía del individuo, en su capacidad de ser dueño de su vida, sus decisiones y dar un vuelco a su existencia si ésta no le satisface. Solo hay que ser valiente, obviar presiones o el miedo y dar un fuerte giro de timón. George Bailey no hizo realidad sus sueños porque tenía un acusado sentido de la responsabilidad, porque no era egoísta, si bien esa generosidad mermaba su capacidad para poder apreciar lo que la vida le había deparado. Solo al ver desaparecer lo que quería, pudo reaccionar entendiendo que aquellas expectativas lejanas le impedían ver el bosque.

Uno de mis libros favoritos en mi niñez, “Pollyanna”, enseñaba a ver el lado positivo de las cosas. La protagonista, cuando surgía una contrariedad recordaba aquella vez que esperaba de regalo una muñeca y en vez de eso, por equivocación, le habían enviado unas muletas. Y su padre, ante la desilusión de su hija, le hizo ver el lado bueno de eso “ tienes que alegrarte por no tener que usarlas”.  

Lo más duro que he tenido que hacer en estos últimos tiempos ha sido tomar decisiones. Y decisiones muy importantes que luego dejaron sus secuelas. Sin embargo, me siento satisfecha por haberlas tomado, porque he dejado de sobrevivir y he empezado a vivir.  Y para ello he aprendido a admitir que las circunstancias son las que son, que puede que nunca logre mis sueños como George Bailey, pero tengo otros, más tangibles y posibles, más realizables. Creo que después de superar arduas batallas, es necesario ver todo lo bueno que te rodea ( y alegrarte por no tener que usar muletas) soltar lastre que no te lleva a nada y gritar desde ese puente que separa lo que quisimos ser y lo que somos:  ¡quiero volver a vivir!

                                     


martes, 6 de diciembre de 2016

EL LADRÓN DE LA NAVIDAD


                                     ENTREVISTA A JAMES RHODES EN " SALVADOS"
No conocía a James Rodhes. Será que la música clásica no está entre mi música favorita, no porque no haya piezas sublimes y no me gusten, sino porque prefiero amanecer con música más ligera y menos densa y a veces hasta cantar las canciones por la calle, mentalmente ( no vaya a ser que me tilden de loca, como esos que hablan solos y se responden a sí mismos). No obstante, cuando vi la entrevista de “ Salvados”  me encantó el concepto que tiene de la música clásica y la forma de intentar acercarla a todo el mundo, algo que se nos antoja como algo elitista y para entendidos.

De la primera parte de la entrevista me gustó su cercanía y afabilidad, el por qué el músico que interpreta un tema de Bach o Beethoven sale con pajarita y esmoquin, toca la pieza y se va y no establece cierta complicidad y contacto humano con su público. Su pretensión como músico es acercar la música clásica a todos y no sea solo para unos pocos que la eligen.

 La segunda parte de la entrevista duele. Contundente, directo, sin entrar en detalles escabrosos pero que están implícitos en sus palabras, con la serenidad de quién ha pasado años intentando entender y superar tanto dolor, con terapias y exorcismos de demonios internos que te martirizan y doblegan.

¿Quién va a creer en un niño? ¿Quién va a creer que aquella persona que debiera cuidarte y protegerte, abusa de ti hasta el punto de no causarte solo dolor en el cuerpo sino una herida mucho más honda, en el alma, en la inocencia, en la conciencia?. Porque el cuerpo sana pero la mente, a veces, no. Y en vez de tener una evolución normal, desarrollas trastornos disociativos con varias personalidades para proteger aquella más débil que padece y sufre y que no puede evolucionar con normalidad porque le cuesta superar el abuso de la confianza de alguien a quien querías o que debiera cuidar de ti y protegerte…de quiénes?. La mente de un niño puede estar preparada para asumir que hay gente mala en el mundo, pero no para entender que esa persona a la que tu quieres, te puede causar más dolor que los desconocidos de los que te advierten que has de cuidarte. Sabes que está mal, pero sin embargo, ese silencio cómplice te convierte en su mejor aliado. Como bien dice Rodhes, hay millones de niños violados en el mundo. Y añado,no hace falta ir al Tercer Mundo, están aquí, en el Primer Mundo. Y no siempre son desconocidos. Son familiares, amigos, profesores, entrenadores…la pederastia no es ajena ni al parentesco ni con quienes tienes puentes de afectos y cariño.

 Estoy convencida que mientras alguien lee esto se está sintiendo identificado/a y asiente con la cabeza porque conoce a alguien o ha sido él/ella objeto de algún tipo de abuso sexual en su infancia. Cuesta hablar de ello. Cuesta porque hay un extraño sentimiento de culpabilidad inherente a la vergüenza que esto te produjo, como si un niño o una niña tuviese la culpa de que un degenerado haya abusado de su inocencia. Un niño o niña que ha sufrido abusos no puede ver el mundo idílico de la magia ni disfrutar de los cuentos de la misma forma. Tendrá miedo a los mayores y a sus muestras de afectos. Se pondrá rígido ante un abrazo y esquivará el cariño de forma instintiva porque no confía en nadie. Porque los pederastas empiezan así, amables, afectuosos, quieren ser tus amigos, como si fuera complicado doblegar la voluntad de un ser inocente.

 Tu mente callará esa parte ingenua que aun tienes con otra personalidad más fuerte que le permitirá sobrevivir en un mundo hostil porque de otra manera, no podrá superarlo. Su personalidad desarrollará más una parte que otra ( o múltiples personalidades) porque la otra le recuerda algo que quiere olvidar. Intentará salir volando, como bien describe Rhodas, de su cuerpo como si fuera espectador de su propia vida para que nadie pueda volver a hacerle daño. El mecanismo de autoprotección de la mente es asombroso.  No olvidas, pero lo aparcas en ese subconsciente que hace que te comportes de forma extraña en algunos momentos de tu vida y que no eres capaz de racionalizar. Para ello habría que ahondar en el subconsciente más profundo y muchas veces se necesita ayuda profesional.

Y sin embargo, la única forma de superarlo es admitir que eso sucedió y que no fue por tu culpa. Nunca lo es. Y contarlo. Contarlo al principio con un dolor inmenso y lágrimas de sangre, para después sanar las heridas y pasar página. A veces tardas años en entenderlo, dependerá qué edad tenías cuando ocurrió tan doloroso hecho, y cuando lo entiendas, tendrás temor a decírselo a tus más allegados porque les causará un enorme dolor escucharlo. Pero cuando lo asumen, te liberarás de un peso que ahora será compartido y con ayuda, sanado. Siempre he creído que nunca se protege la infancia todo lo que se debiera. No hay nada más vulnerable que un niño. Su mente no está preparada para entender muchas cosas, ni mucho menos ver el lado más cruel e inhumano de las personas. Nadie debiera robarle a un niño su infancia. Nadie debiera robarle los sueños, la magia, la ilusión, la Navidad.

sábado, 10 de septiembre de 2016

DONDE EL TIEMPO SE DETIENE

                                 

“Tus recuerdos son cada día más dulces
el olvido solo se llevo la mitad
y tu sombra aún se acuesta en mi cama
con la oscuridad entre mi almohada y mi soledad”
LUCÍA- JOAN MANUEL SERRAT


Donde el tiempo se detiene y se escuchan aún los ecos de las voces que allí habitaban. Los olores aun persisten, los objetos tan queridos apoyados en la repisa del mueble que duermen esperando a que les quiten la pátina de polvo de tantos años ignorados. Es extraño que en algún momento, hubiéramos vivido allí. “ Fueron los mejores años de mi vida” dijo mi madre con nostalgia contenida.  “Fueron”… como si no hubiese futuro ni la esperanza de que la sonrisa aflore sincera en algún momento de este presente que nos ha tocado vivir. Fueron buenos años, aunque también lo fueron los anteriores, en aquellas casas que llamamos hogar, porque el hogar no es otro que aquel donde están los que nos importan.  Es cierto que las casas hablan y te arropan o te desazonan al entrar en ellas. Algunas te dan escalofríos, otras son mero tránsito, o te acogen con abrigo y se convierten en tu refugio. Yo, que he dormido en tantas casas y a veces no sabía en cual me despertaba, sí recuerdo con pena dos de ellas donde por fin, pudimos asentarnos tras años de vida nómada desde que nací un otoño en el frío Madrid. Seguramente esos primeros meses dónde los pañales tendidos se congelaban, marcaron para siempre esa permanente sensación de frío que nunca se pasa y que traje desde allí para aclimatarme al orballo gallego y a esa humedad que no cesa, que se queda a vivir en tus huesos durante los largos meses de invierno. He pasado tanto frío que mis dedos se llenaban de dolorosos sabañones que me impedían escribir y doblarlos con normalidad. Pero cada año de frío se aclimataba con el abrazo de unos padres que llegaban a altas horas de la noche de trabajar jornadas interminables y no era la primera vez que los tres comíamos un caldo bien caliente a las tantas de la mañana. Qué bien sabía aquel caldo y qué bien estábamos en aquella casa antigua de escaleras de madera y ventanas que se batían los días de temporal. Siempre éramos tres, desde que mi padre le envió aquella carta a mi madre seis meses después de que se despidieran en Madrid. La distancia no era tanta aunque fuera Coruña - Badajoz. La distancia solo son kilómetros, pero no separa a quienes quieren estar juntos.  Y quiso el destino, ese que a veces tiene extraños caprichos, que la carta se extraviase y no llegase por estar mal la dirección. Y el destino quiso también que un vecino que la recogió y reconoció el apellido, se la diese a mi madre. Allí empezó todo, porque la distancia no era el olvido, que ya lo decía el bolero y recordó mi padre al principio de la carta, la distancia no existe cuando el pensamiento se empeña en recordar y el corazón en no olvidar.

La casa aun huele a él. Se nota al entrar en su habitación. Y si cierro los ojos aun soy capaz de escuchar su voz, su carraspeo, huelo el tabaco que después dejó de fumar, siento su caminar por el pasillo, y le imagino allí, tumbado en el sofá viendo el televisor. Aquellas paredes que pronto dejarán de ser nuestras lo recuerdan todo. Nos recuerdan, como una película en color sepia, tan buenos momentos de los 8 años que vivimos allí.  Y también nos recuerda que la vida es un mero tránsito, que nada es para siempre. Así que quitaremos la pátina de polvo, recogeremos los restos de aquellas vivencias, diremos adiós a los años que fueron y no volverán. Cerraremos la puerta para siempre pero guardaremos en el corazón  la más bella historia de amor que se retomó por una carta extraviada y que pronto se llevará el viento a ningún buzón, como cantaba Serrat.

lunes, 15 de agosto de 2016

BEGIN AGAIN



“El error es mirar lo de ayer con ojos de hoy,
querer que las cosas vuelvan a ser igual
cuando tú ya no eres el mismo

MARWAN- ERRORES DE CÁLCULO EN LA MIRADA


El otro día mi amigo Carlos comentaba al respecto de mi última entrada, “Los amantes” que lo que contaba, solo podría hacerlo alguien que lo hubiese vivido y que en la vida hace falta pasión. Estar preso en una relación que no lleva a ninguna parte es algo que todos hemos padecido. Amar a alguien que es imposible por sus circunstancias, también. Tomar decisiones que no solo nos afectan a nosotros sino que tienen efectos colaterales, es algo en lo que nos debatimos media vida y dejamos pasar otra media hasta que decidimos cambiar lo que no nos satisface…o no nos decidimos nunca. Es muy fácil conformarse y muy difícil rebelarse. El ser humano tiene un extraño apego hacia la rutina, aunque ésta nos haga infelices, y un temor hasta paralizarte, el temor al cambio. Sin duda, sin pasión nos mantenemos adormecidos en una especie de sopor,sin grandes sobresaltos, que anestesia cualquier emoción. Es imposible permanecer en un estado permanente de emociones y pasiones, pero tampoco es sano tener tal equilibrio que la mayor emoción que sientes al día es ver un partido de fútbol o ir de compras. Temas materiales, la mayoría de las veces, porque nunca nos paramos en serio a escucharnos o hacernos preguntas incómodas, porque las respuestas nos inquietan y desazonan.

He escogido como título de este post “ Begin Again” por ser el título de una película que trata de eso, de empezar otra vez. Para quien no lo ha visto se trata de una historia de dos personas que en un momento determinado, han perdido a sus respectivas parejas y les une su pasión por la música con un fin, editar un disco. De nuevo la pasión. Ella componía los temas que su expareja cantaba y que, cuando alcanza el éxito, la deja por otra. Él es un productor en una discográfica que se ha vendido al dinero, no apuestan por nuevos talentos y acaba de ser despedido. Está divorciado y tiene una hija adolescente con la que mantiene una difícil relación. La escena en la que él la ve por primera vez, cantando en un bar, una triste canción acompañada solo por su guitarra y él puede ver su potencial, es una de las mejores de la película. Y en ese camino que recorren juntos, ideando la manera de producir el disco sin dinero, supone un crecimiento personal para ambos, de encontrarse con lo que uno es y quiere. La pasión por lo que hacen, eso es lo que les motiva a levantarse cada mañana. Además de la pasión, está la ilusión. Pero la ilusión no por otra persona, la ilusión por lo que hacen. Tendemos a creer que la felicidad depende de otros, de otras personas y no es cierto. Ya lo comenté en otros post. El estado de plenitud, ese que nos da la felicidad, depende única y exclusivamente de nosotros. Es hacer esa introspección que siempre posponemos sobre quiénes somos, qué fuimos, hacia dónde queremos ir y lo más importante, qué tenemos que hacer para conseguirlo. Si tenemos la mala costumbre de mirar hacia el pasado y mortificarnos por lo que no hemos hecho o dicho, no avanzaremos. Si nos agobiamos por un futuro incierto del que nada sabemos, el miedo nos paraliza. Describe muy bien esto Milan Kundera en su libro “La lentitud”: “ El hombre encorvado encima de su moto no puede concentrarse sino en el instante presente de su vuelo. Se aferra a un fragmento de tiempo desgajado del pasado y del porvenir; ha sido arrancado a la continuidad del tiempo; está fuera del tiempo; dicho de otra manera, está en estado de éxtasis; en este estado no sabe nada de su edad, nada de su mujer, nada de sus hijos, nada de sus preocupaciones, y por lo tanto, no tiene miedo, porque la fuente del miedo está en el porvenir, y el que se libera del porvenir, no tiene nada que temer”.

Me encanta esa escena de la película (no quiero hacer spoiler) en la que ella circula en bicicleta por la ciudad, sintiendo el viento en su cara, sonriendo y con la sensación de ser dueña de su vida y su destino. Es una escena muy gráfica ( se ve al final del vídeo). Ya no soy la que fui, se abren ante mí nuevas posibilidades, creo en mi talento, en mí y puedo hacer lo que quiera.

Mirar hacia atrás está bien, pero como ya he escrito varias veces, hay varias vidas en una vida, y varias personas en una persona que han actuado de manera diferente a como lo harías hoy. La persona que eres hoy no es la misma que fuiste ayer, y las experiencias vitales que has vivido, han dejado huella y un aprendizaje que no podrás olvidar.


Apasionarse con aquello que nos gusta, sentirse liviano por haberte perdonado errores pasados, soltar lastre, dejar pasar determinados trenes que no te llevaban a ninguna parte, romper con lo que te hace infeliz y darte la oportunidad de serlo, solo o acompañado. Resumiendo, sentirse libre y pleno. 

Empezar de nuevo cuando la vida te da otra oportunidad, todos los días, cada día. Cojamos esa bicicleta y recorramos la ciudad, livianos y convencidos de que podemos hacer lo que queramos.  “Porque todos somos estrellas perdidas tratando de iluminar la oscuridad”…y hay luz, mucha luz después de la oscuridad. 






domingo, 7 de agosto de 2016

LOS AMANTES

“Amanece en los carros de basura,
Empiezan a salir los ciegos,
El ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
Una vez más antes de oler el día.

Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
Cuando están muertos, cuanto están vestidos,
Que la ciudad los recupera hipócrita
Y  les imponen los deberes cotidianos. “
Los amantes- Julio Cortázar



La luz se abre camino entre las cortinas. Pronto amanecerá. En silencio le mira. Duerme plácidamente y sin embargo, ella es incapaz de dormir. Le observa en la penumbra de la habitación de hotel, la misma de siempre, la de los besos furtivos y mensajes a deshora para robar tiempo a la rutina. “ Tengo tres horas para verte”. Apenas unos segundos usurpados al tiempo. Reubica citas, inventa excusas, improvisa disculpas, racionaliza sus pasos para intentar salir de su cárcel vital y sentirse libre unos instantes. Al principio todo era más elaborado. Cuando llegaba, él había preparado la habitación para hacerla menos siniestra y soez. Reubicaba los muebles, improvisaba una pequeña pista de baile y le hacía sonreír para paliar el sentimiento de culpa de mentir a los demás y lo que era peor, a sí misma. “ No pienses, no te mortifiques, solo siente. Ahora no hay nadie, solos tú y yo”. Y se dejaba llevar por el embriagador olor de su perfume y sus caricias ardientes. El champán adormecía los sentidos y su aliento era el aire que respiraba.

Nunca le pregunta qué piensa. Intuye que lo mismo que a ella. Por qué no son valientes.  Por qué se conforman con la infelicidad y no se rebelan ante ello, para no lamentarse algún día, del tiempo perdido y no disfrutado. En qué momento dejaron de ser ellos para convertirse en unos autómatas con horarios programados, citas por compromiso, agendas escolares, trabajos alienantes, parejas sin sentimientos, compañeros de piso que no de cama. En qué punto se convirtieron en sociedades mercantiles donde los bienes son lo que les vinculan, obligaciones con otras personas que ni les importan y dejan morir lo único que un día les unió a sus respectivas parejas. A dónde se fueron los sueños, el ideal de vida en común, compartir confidencias, amistades, actividades, afectos y la complicidad. Evitan hacerse preguntas porque no gustan las respuestas, las que ya saben pero no se atreven a pronunciar en voz alta. Decir “se acabó” es devastador, el  fracaso de un proyecto de vida en común, romper con el pasado para tener un presente y un futuro, pero las cadenas son tan profundas y difíciles de romper…que inventas una alternativa para seguir viviendo.

En esa habitación de hotel son auténticos. Conectan con su verdadero yo, ese que se desprende de la ropa pero también del disfraz, que mira y ve una mirada como la suya, tan perdida y deseosa de afecto que abduce hasta perderse en sus respectivos ojos. Unas manos acarician sus cuerpos que reviven, sacándose las telarañas. Las bocas se besan después de años de que nadie lo hiciese, salvo un beso con desgana al llegar a casa. No hay reproches, no hay promesas que no se puedan cumplir, no hay cadáveres en las espaldas, ni hijos ni obligaciones. Solos él y ella, en una noche de suspiros y cuerpos desnudos que ya no ocultan su edad ni sus imperfecciones y sin embargo, parecen tan perfectos…Cicatrices del pasado que acarician explorando como las muescas en el tronco de un árbol.

Apoya la cara sobre la almohada. Mira su cara. Le acaricia. Él abre los ojos y sonríe. Siempre sonríe. Sonríe con un poso de tristeza, la de la esperada despedida. La de no saber si esa noche será la última. La del adiós que nunca te dices del todo. La de ser preso de los convencionalismos  y la hipocresía.  La de apariencia de familia feliz y la cárcel en la que vives porque tu voluntad es débil  y no es capaz de moverse del camino trazado por otros. La del temor a ser descubierto, pero pese a ello, no poder prescindir de esos encuentros furtivos porque necesita desesperadamente tomar oxígeno para seguir con la vida idílica que ha creado y que no es más que una mentira, de las muchas que se cuenta cada día para seguir viviendo. Y solo entonces, cuando cruza el umbral de la puerta de esa habitación, la misma de siempre, se quita la alianza, la máscara y el traje, recupera su esencia para permitirse la licencia de sentir sin más, sin remordimientos, desnudos los cuerpos y las almas. Ella también le mira. Pero no sonríe. Porque un corazón roto no puede sonreír ni siquiera fingiendo. Allí no se finge. Allí no.


domingo, 31 de julio de 2016

EL PODER DE UNA MIRADA




“ El alma que puede hablar con los ojos, también puede besar con la mirada”
Gustavo Adolfo Bécquer

Antes de empezar este post, os invito a ver este vídeo.

  

Sin saber más, sin tener más información, todos hemos entendido el mensaje. Hay emoción. Ella permanece impasible ante todos aquellos que se sientan enfrente, con la mirada perdida , sin mostrar ningún sentimiento, emoción. Hasta que se sienta ÉL. En cuanto ella le mira, se nota un pequeño cambio, sin apenas hacer muecas con la cara. Lo notamos en su mirada, en su emoción contenida. Ella piensa, rememora, asimila. Seguramente, pasarán imágenes por su cabeza de ese pasado compartido. Él asiente, sonríe. No hay palabras. No hacen falta. Mantienen su mirada sin necesidad de decirse nada porque ya se lo dicen todo con los ojos. Y se les llenan de lágrimas hasta que ella tiende sus manos y se tocan. No pensamos que son viejos amigos. Pensamos en una historia de amor intensa, viva, de mucho tiempo, en la distancia. Quizá en un amor imposible, o una amor inaccesible, de esos complejos que impiden que puedan estar juntos, pero que se querrán siempre.

Miramos poco para comunicarnos. Hablamos poco con la mirada. Evitamos el contacto visual para ocultar lo que sentimos o pensamos. Cuando algo nos da vergüenza o pudor, bajamos la mirada. Mantener fijos nuestros ojos en los ojos de otra persona es una sensación tan intensa que solo la admitimos unos pocos segundos. Mirar intensamente incomoda. Que nos miren fijamente, incomoda. Sin embargo, cuando hay muchas cosas que decirse, la mirada es la mejor narradora. Ella no miente, no omite, no usa eufemismos, no maquilla ni suaviza. Es imposible ocultar nada. Simplemente sale a borbotones, en forma de lágrimas, de afecto, de angustia, de nostalgia, de amor.

La historia de este vídeo es ésta. Una pareja de artistas, Marina Abramovic y Ulay, dedicados al arte escénico y que colaboraron en los años 70, un día deciden separarse, quizá porque su historia era tan intensa, que finalmente no llevaba a ninguna parte. Hacía muchos años que no se veían. Marina realizó esta performance en el MoMa de Nueva York  en el 2010 y entonces apareció Ulay. Lo que ocurrió entre ellos, pertenece a su intimidad.  Lo que trasciende de esto es que, como dice ese proverbio tan conocido, “ quien no entiende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación”. 

viernes, 24 de junio de 2016

AMOR DE CONSUMO



“ Siempre gana quien sabe amar”
Hermann Hesse

Hace unos días comí con un amigo soltero que me explicó cómo funciona eso del ligoteo. “ Ahora ya no se liga en los pubs ni en los bares, ahora se liga por internet.” “ hay diferentes aplicaciones donde te apuntas y cuando te ponen “ te gusta” es cuando decides si quieres o no contactar con esa persona. Si a ti también te gusta, le permites ves tu perfil “. Y me muestra una retahíla de fotografías de mujeres con poses más o menos ridículas que parecían decir “mira qué guapa soy, elígeme”. A mí, que me da pudor hasta cambiar la foto de perfil del Facebook, aquello me produjo vergüenza ajena. El mercadeo de carne y exposición ante personas que no conoces, como si las personas fuéramos solo un envoltorio y en esto del ligar y gustar no funcionasen otros factores más que la vista, me pareció una involución absoluta en lo que respecta a relaciones sociales. “ seamos sinceros, no se trata de gustar o buscar pareja, se trata de follar”. ¡Acabáramos! “ Aunque yo me apunté para conocer a gente. El otro día quedé con una chica y tras dos cafés se enfadó conmigo porque no quería ser su novia”. O sea, que ellas buscan algo más y ellos buscan echar un polvo. “En general, sí”. 

Desde entonces estoy reflexionando acerca de qué clase de educación hemos recibido las mujeres hasta llegar a un punto en que no hay entendimiento entre los dos sexos. A nosotras nos han vendido la estabilidad y el amor y a ellos el goce y disfrute sin complicación. Como en todo, no se puede generalizar, pero sí pensar que igual en alguna parte de nuestra formación y valores, los caminos se dividieron y nos adoctrinaron de diferente manera. Que el hombre es más visual que las mujeres es un hecho. Probablemente de ahí el exceso de preocupación por la estética en las mujeres y el relajo general de los hombres cuyo éxito ya estaría más o menos garantizado con tal de ser limpios. Por otra parte, somos diferentes en la forma de encarar las separaciones. Las mujeres necesitamos afrontar la situación, recuperar sosiego y tranquilidad para cicatrizar las heridas y ellos enseguida se apuntan a páginas de citas o buscan suplente, como si el amor fuese algo de mero consumo y las personas perfectamente intercambiables y sustituibles. Amor de usar y tirar, relaciones que no funcionan pero enseguida buscan sustituta, porque  “tienen necesidades”. Como si las mujeres no fuéramos seres humanos y no tuviéramos necesidades. Este amigo me decía hace años “ no nos engañemos. Los hombres lo que buscan es un sofá. Cuando acaba una relación, enganchan otra porque quieren otro sofá donde ver el futbol acompañados”. Claro que esto podría ser cierto… en parte. Porque después está ese otro grupo de hombres casados de doble vida y doble moral. Esos que salen de fiesta con los amigos y si cae algo, no pasa nada. Eso sí, su “santa” en casa con los niños, a la cual salvo que les descubran, no dejarán jamás, pero sí pueden permitirse licencias al margen de la obligación conyugal, “ porque tienen necesidades”. Ellas no, nunca las tienen, son ellos porque son seres primarios con necesidades primarias. Entonces te preguntas si los matrimonios no serán algo así como una sociedad mercantil, donde lo que mantiene unidos a los “ socios” son los bienes en común y no quieren renunciar a determinados estatus mientras miran para otro lado. “ Lo saben, solo que no quieren verlo. Si no tienes relaciones con tu pareja, buscas en otra parte”. 

Así que estamos como estamos, en una sociedad hipócrita de apariencia de estabilidad mientras tiene doble vida y doble moral ( estoy segura que el 90% de los hombres tendrían una relación extraconyugal si les garantizasen que sus mujeres no se iban a enterar), una sociedad de amor de consumo ( a rey muerto, rey puesto) y donde las relaciones sociales se han visto relegadas por las relaciones virtuales donde el sujeto deja de ser subjetivo, con sus características, cualidades, virtudes, personalidad, para convertirse en objeto de deseo para consumo como un kleenex, un “ aquí te pillo, aquí te mato, sexo y diversión sin complicación”. 

Visto esto quizá yo sea una “rara avis” en esto del amor de consumo, ligues por internet y doble moral. Será que para mí las personas son singulares e insustituibles, cada persona es única y por tanto, no intercambiable, que los afectos no se suplen con otra mancha de mora y que las personas somos algo más que un cacho de carne con ojos a la que poner puntuación.  Que si uno está infelizmente casado, debiera romper con lo que le hace infeliz y dejar de engañarse y engañar, comportarse como alguien comprometido y dejar de pulular en los dos estados civiles. O si uno acaba de romper con su pareja, darse un período para asentarse emocionalmente y superar la pérdida de un ser querido. En todo esto nadie se ha parado a pensar que las personas tenemos sentimientos, que si uno espera algo más del otro, debiera ser claro, que hacer daño a la personas tiene consecuencias si eres empático, y que te puede pasar a ti.

Ninguna red social ni aplicación del móvil pueden sustituir las relaciones personales, la de mirar a los ojos a las personas y utilizar los sentidos para conocerla, la del amor a fuego lento, sentir afectos y empatizar, la de la paciencia y el sosiego, la de la ilusión y esperanza de que esa persona, merece la pena. Algo así como lo que cantaban “ Los panchos”: “alma para conquistarte, corazón para quererte y vida para vivirla junto a ti”.



miércoles, 15 de junio de 2016

MUCHO RUIDO


¡Qué descansada vida 
la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!

Fray Luis de León

Llegas a casa tarde, aunque en estos días de verano, los más largos del año, aún hay luz y piensas que es temprano para acostarte. Improvisas algo para cenar, suave, para salir del paso. Enciendes la luz de la cocina, aunque se ve con la claridad que entra por la ventana. Repites los rituales habituales, casi mecánicos. Enciendes la televisión, sin que te importe mucho lo que echen, pones la mesa, los cubiertos, el vaso, el plato. Con cierta desgana, empiezas a cenar mientras haces zapping para intentar encontrar algo que capte tu atención. Reallity shows, gente que busca pareja, series repetidas, alguna película ñoña, debates políticos casposos…nada nuevo. Miras el móvil y te conectas a las redes sociales, a ver qué hay de nuevo.  Mensajes de whatsapps acumulados. Los lees verticalmente mientras bajas con el dedo el listado. Así se suceden los días. Tus días. Una y otra vez. En soledad en tu casa, pensando que estamos tan comunicados y a la vez, tan solos. Comunicados con el mundo pero incomunicado contigo mismo. 

Hace mucho que no te paras a pensar qué es lo que quieres, ni tampoco cómo te sientes. Necesitas del ruido, del bullicio, de llenarte de cosas y tareas para no pensar, de correr de un sitio para otro dando sensación de ocupación. Mucho ruido, sobre todo, ruido. Ruido de mensajes, ruido de was, ruido de avisos. A todas horas, ruido. Y nunca estás en silencio, nunca te paras,  nunca piensas, porque pensar te da miedo, no te gusta preguntarte porque no te gustan las respuestas, no te gusta pensar porque pensar implicarte enfrentarte a ti. Mejor que haya ruido, de ese que distrae y te enfrasca en algo que no sea uno mismo, ni pensar en tu vida, ni entender que lo que distrae, evita que sientas. Solo en la oscuridad de la madrugada, retornan los miedos y las secuelas de un pasado no superado. El silencio te enfrenta a lo que eres, mientras paseas como un alma en pena por cada estancia, te escuchas y no puedes escapar. Y cuando el silencio delata los miedos, enciendes la televisión o lees un libro, algo que distraiga ese demonio que martiriza y causa dolor, porque pensar sin ahondar en la herida no es suficiente exorcismo para espantar los males.


Hay que ser valiente para desconectarse del mundo y reconectarse con uno mismo. Porque podemos huir a centros comerciales y comprar muchas cosas para paliar el vacío, podemos asistir a grandes eventos llenos de gente cuyo bullicio impide hablar, podemos trabajar muchas horas y sentir que nuestra mente está tan ocupada para no pensar en lo que nos depara la vida o si nos llena o estamos a gusto con nuestra situación actual. Podemos conectarnos con mucha gente y hablar de cosas intrascendentes. Pero a veces hay que huir del mundanal ruido para escucharnos sin temor a lo que podamos decirnos. El silencio te reconcilia con tu alrededor. Escuchas más allá de lo que ves, los pájaros, la música que suena en tu cabeza, los latidos de tu corazón. Percibes emociones y las resaltas. Saboreas la comida y el primer sorbo de café de la mañana te inocula energía. Ves lo que hay a tu alrededor y lo miras con curiosidad e interés. Disfrutas del amanecer siendo la primera imagen que ves al salir de casa por la mañana. Sientes que el viento en la cara despeja las ideas y oxigena tus poros. Solo tienes que pararte y no distraerte con estímulos innecesarios. Apagar el móvil, desconectar el ordenador, no estar siempre disponible. No más ruido. No de ese que nos lleva por la inercia de la costumbre sin cuestionarnos nuestra infelicidad y rutina, y que cuando ya no tengamos tiempo, nos reprochemos por qué no nos paramos cuando pudimos y por qué no fuimos valientes para silenciar ese ruído alienante que nos impide ser nosotros mismos. 


domingo, 5 de junio de 2016

EN SUS ZAPATOS




NO TE DETENGAS
( ...) Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros “poetas muertos”,
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los “poetas vivos”.
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas …
Walt Whitman 


Hoy me he puesto las Converse de mi padre. De las pocas cosas que nos quedamos y que caben en una caja, guardé sus zapatillas azul marino. Son clásicas, solo una estrella blanca en un lateral rompe la monotonía del azul marino. Clásicas como vestía él, que apenas cambió de estilo en años, salvo adaptarse por imposición de mi madre ( es lo que tienen las madres, se imponen hasta eligiendo la ropa de sus maridos) a algunos dictados (o dictaduras) de la moda.  


Son cómodas, aunque me quedan un poco grandes, calzaba un número más que yo. Se amoldan bien a mis pies, aunque los pliegues del andar de mi padre no coinciden con los míos. Cada uno pisa de manera diferente, hace sus propios pliegues, estira la lona conforme convenga y roza donde considere. Seguramente me rocen en un sitio diferente que a él, lo averiguaré cuando las ponga sin calcetín, que esto siempre es arriesgado y muchas veces da desconfianza quitárselo, a nadie le gusta que le hagan daño y aunque curen las ampollas, siempre quedarán cicatrices. 

Ponerse los zapatos de otra persona, te da perspectiva. Piensas cuántos kilómetros habrá caminado con ellos, qué cosas habrá visto y vivido, si hay una piedra dentro, en qué momento del camino se la habrá quitado o si la ha soportado estoicamente hasta que la molestia era más que fuerte que su voluntad para seguir caminando. Piensas también si siempre ha caminado por el camino considerado correcto o ha cometido alguna insensatez al salirse del camino trazado y explorar otros nuevos, aventurarse a cambiar de ruta sin tener plano o GPS o seguir la senda que te han marcado otros sin cuestionarla.  Mi padre no era de los que arriesgaban, pero quién sabe lo que pasa por la cabeza de cada persona. Hay rastros que no se borran, hay pisadas que dejan huella, hay caminos que ha recorrido antes que tú y te avisa de que por ahí duele. Mi padre siempre me decía que no me conformara. Ni con mi vida, ni con lo que quisiera hacer. “ No te conformes” . Y aun después de irse, seguía escuchando estas palabras en mi cabeza.


 Me gusta ponerme sus zapatos, aunque no he sido capaz de ponérmelos hasta ahora. Dejan la huella de su paso por mi vida. Los pliegues facilitan que ésta no duela tanto, y las ampollas y cicatrices que me hagan, podré paliarlas de mejor forma que si éstas fueran nuevas. Él me dejó el camino, con algunas dificultades menos, pero con sus zapatos, para que me fuera más cómodo recorrerlo,  aprendiendo a soltar amarras y cambiar de recorrido si éste no es el que yo quiero. “No te conformes" me dicen mientras las miro en mis pies. Y no, no me conformo. Ya no.

sábado, 26 de marzo de 2016

UNA VIDA, MUCHAS VIDAS


“Cada (tic-tac) es un segundo de la vida que pasa, huye, y no se repite.
Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que el problema es sólo saberla vivir.
 Que cada uno resuelva como pueda”.
FRIDA KAHLO


Hace unos meses se me dio por ordenar un montón de fotografías que tenía desperdigadas en varios sobres con sus negativos. Por aquel entonces, no había la inmediatez de la foto digital ni las fotos de consumo de usar y tirar como ahora. Las fotos se sacaban en momentos puntuales, eventos sobre los que queríamos guardar un recuerdo, ya no digo para siempre, pero sí para la posteridad, la breve posteridad de lo que somos y dejaremos de ser algún día.

Revisándolas, en algún momento sonreí y en otros me pudo la nostalgia. Son segundos robados al pasado en los seguramente fuimos felices o al menos, lo intentábamos. Lo sorprendente es que apenas me reconocí en muchos de ellos. No soy la de entonces, nadie lo es, estamos en continuo cambio conforme pasan los años y los avatares de la vida nos van golpeando con más o menos fuerza para tener varias vidas en una vida.  Esos momentos parecen estar en compartimentos estancos donde empiezan y terminan, para a continuación, con algo más de sapiencia y menos inocencia, pasar a otro momento de nuestra vida. Pero a veces esos compartimentos interactúan y lastran, impidiéndote cerrar capítulos agotados que no llevan a ningún lugar. Jorge Bucay en su libro “El camino de las lágrimas”  habla de las pérdidas, del  duelo necesario para poder seguir con nuestra vida. Claro que cuando uno habla de pérdidas, piensa en alguien que ya no está porque se ha muerto. Sin embargo, pérdidas es todo aquello que dejamos atrás. Amigos, situaciones, afectos, trabajos, casas, ciudades, lo que fuimos y ya no seremos jamás. Amigos de nuestra infancia que no hemos vuelto a ver, cambios de centro de estudios, de ciudades, de retornos, de trabajos y compañeros. La vida está hecha de despedidas continuas, de principios y finales, de caminos y senderos más o menos complejos, de lágrimas y nostalgias, pero que suponen también nuevas oportunidades para explorar y seguir improvisando. Claro que a veces sería más cómodo tener un guión preestablecido que improvisar. Nos incomodan las sorpresas y nos gustan las rutinas, aunque éstas no nos agraden, tememos los cambios porque suponen un duelo, dejar lo que conocemos por un futuro incierto y sin plan B.

 Dejar el pasado duele. Duele y nos aferramos a él sin soltar el lastre porque lo pasado es conocido y lo que está por venir, no. Y ya no hablemos de una separación, del desamor. Cantaba Rocío Dúrcal que la costumbre es más fuerte que el amor.  La costumbre y el acomodo, viendo pasar el tiempo sin sorpresas, anestesiando emociones por el miedo al cambio, al temor al duelo, a recorrer el camino de las lágrimas. ¿A quién le gusta sufrir?.

A los que nos gusta controlar ( y odiamos descontrolar) nos ha costado mucho asumir que hay muchísimas variables imposibles de controlar con lo que descontrolaremos más de lo que nos gustaría. Cuestión distinta es cómo nos enfrentemos a ese descontrol. No obstante, nos frustramos y sentimos impotencia con aquello que no podemos cambiar. Cuando se le detectó el cáncer a mi padre, sentí el mayor miedo que he sentido en mi vida, impotencia, desazón, y un descontrol imposible de describir. Ya no era dueña de mis emociones, ni dependía de mi que se curase. Me tenía que resignar y ponernos en manos de otros, adaptarnos a una nueva rutina, exterior e interior. De repente te paras y piensas que lo que eras o creías ha cambiado radicalmente. Las prioridades cambian, la percepción del mundo también, de las personas, de los sentimientos. Y cometes el error de querer anestesiar el dolor que te embarga y te impide llevar una vida normal porque te aterroriza lo que puede venir o la posibilidad de perder a una de las personas que más quieres.  Es una realidad que no puedes cambiar ( esto sería lo primero que tendrías que asumir, no está en tus manos) pero sí puedes controlar cómo te vas a enfrentar a ella. Como bien describe el Dalai Lama “el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”.  El gran error que cometemos es negar ese dolor. Huimos. Huidas más o menos evidentes, silencios incómodos ( si no se habla, no existe), consumo de hipnóticos para dormir, ansiolíticos o antidepresivos para poder seguir viviendo, sin dolor, porque nos han vendido desde que nacemos que nuestro fin último en la vida es ser feliz, a costa de lo que sea, como sea y el dolor no forma parte de la ecuación de vivir. El que no es feliz es porque no lo intenta lo suficiente y hay que evitar todo aquello que perturbe este fin. 

Es imposible cerrar así esos compartimentos del pasado y seguir sin cuentas pendientes. Claro que para entender esto hay que pasar por momentos tristes y pérdidas que golpeen duramente nuestros cimientos que creemos imbatibles. Porque para resurgir tras un golpe, hay que pasar por él. Nadie aprende ni crece interiormente sin que un acontecimiento o circunstancia triste se produzca. Por eso a veces es bueno mirar el pasado para entender el presente y promover un futuro distinto. Yo solía mortificarme con los “ ojalá hubiera…” “ si en aquel momento hubiera hecho esto o lo otro…”. De nada vale lamentarse por algo que ya no puede cambiarse. Pero hay que pasar el duelo por lo que fue y se perdió para retomar el presente y saber que ahora sí se puede hacer lo que consideras necesario, ya no tanto para ser feliz, pero sí para alcanzar ese grado de plenitud que nos reconcilie con lo que somos y no tanto lo que quisimos ser. Si esto duele, aún hay esperanza, es que estamos vivos, y hay muchas vidas en una vida.