¡Qué
descansada vida
Fray Luis
de León
Llegas a casa tarde, aunque en estos días de
verano, los más largos del año, aún hay luz y piensas que es temprano para
acostarte. Improvisas algo para cenar, suave, para salir del paso. Enciendes la
luz de la cocina, aunque se ve con la claridad que entra por la ventana. Repites
los rituales habituales, casi mecánicos. Enciendes la televisión, sin que te
importe mucho lo que echen, pones la mesa, los cubiertos, el vaso, el plato.
Con cierta desgana, empiezas a cenar mientras haces zapping para intentar
encontrar algo que capte tu atención. Reallity shows, gente que busca pareja,
series repetidas, alguna película ñoña, debates políticos casposos…nada nuevo.
Miras el móvil y te conectas a las redes sociales, a ver qué hay de nuevo. Mensajes de whatsapps acumulados. Los lees
verticalmente mientras bajas con el dedo el listado. Así se suceden los días.
Tus días. Una y otra vez. En soledad en tu casa, pensando que estamos tan
comunicados y a la vez, tan solos. Comunicados con el mundo pero incomunicado
contigo mismo.
Hace mucho que no te paras a pensar qué es lo que quieres, ni
tampoco cómo te sientes. Necesitas del ruido, del bullicio, de llenarte de
cosas y tareas para no pensar, de correr de un sitio para otro dando sensación
de ocupación. Mucho ruido, sobre todo, ruido. Ruido de mensajes, ruido de was,
ruido de avisos. A todas horas, ruido. Y nunca estás en silencio, nunca te
paras, nunca piensas, porque pensar te
da miedo, no te gusta preguntarte porque no te gustan las respuestas, no te
gusta pensar porque pensar implicarte enfrentarte a ti. Mejor que haya ruido,
de ese que distrae y te enfrasca en algo que no sea uno mismo, ni pensar en tu
vida, ni entender que lo que distrae, evita que sientas. Solo en la oscuridad
de la madrugada, retornan los miedos y las secuelas de un pasado no superado.
El silencio te enfrenta a lo que eres, mientras paseas como un alma en pena por
cada estancia, te escuchas y no puedes escapar. Y cuando el silencio delata
los miedos, enciendes la televisión o lees un libro, algo que distraiga ese
demonio que martiriza y causa dolor, porque pensar sin ahondar en la herida no
es suficiente exorcismo para espantar los males.
Hay que ser valiente para desconectarse del mundo
y reconectarse con uno mismo. Porque podemos huir a centros comerciales y
comprar muchas cosas para paliar el vacío, podemos asistir a grandes eventos
llenos de gente cuyo bullicio impide hablar, podemos trabajar muchas horas y
sentir que nuestra mente está tan ocupada para no pensar en lo que nos depara
la vida o si nos llena o estamos a gusto con nuestra situación actual. Podemos
conectarnos con mucha gente y hablar de cosas intrascendentes. Pero a veces hay
que huir del mundanal ruido para escucharnos sin temor a lo que podamos
decirnos. El silencio te reconcilia con tu alrededor. Escuchas más allá de lo que
ves, los pájaros, la música que suena en tu cabeza, los latidos de tu corazón.
Percibes emociones y las resaltas. Saboreas la comida y el primer sorbo de café
de la mañana te inocula energía. Ves lo que hay a tu alrededor y lo miras con
curiosidad e interés. Disfrutas del amanecer siendo la primera imagen que ves
al salir de casa por la mañana. Sientes que el viento en la cara despeja las
ideas y oxigena tus poros. Solo tienes que pararte y no distraerte con
estímulos innecesarios. Apagar el móvil, desconectar el ordenador, no estar siempre
disponible. No más ruido. No de ese que nos lleva por la inercia de la
costumbre sin cuestionarnos nuestra infelicidad y rutina, y que cuando ya no tengamos tiempo, nos reprochemos por qué no nos paramos cuando pudimos y por qué no
fuimos valientes para silenciar ese ruído alienante que nos impide ser nosotros
mismos.
Me hace ilusión encontrar esa frase de Fray Luis de León encabezando tu post, en el que describes de manera certera nuestra cotidianidad más común.
ResponderEliminarLa frase figuraba en el libro de lecturas que usaba en el colegio. Desde entonces no había vuelto a encontrarmela. ¡Ya han pasado años! Pero algo de ella debió quedarme en el subconsciente porque el caso es que siempre busco ratos de silencio para meditar. Recuerdo incluso que cuando viajaba en los antiguos trenes de Madrid a Ferrol (y viceversa) siempre me sentía feliz: ¡cuanto tiempo para pensar!, me decía a mi misma, sabiendo que dispondría de un montón de horas para repasar y ordenar pensamientos, ideas, hacer planes... y si no, simplemente, empaparme del paisaje y experimentar sensaciones.
Tener tiempo para mirar en nuestro interior y conocernos mejor es una opción muy valiosa si queremos mejorar.
Gracias por tu visita a mi blog, un fuerte abrazo.
Yo también suelo pensar cuando viajo. Es ese momento en el que nada puedes hacer más que sentarte a escuchar música y dejar libre la mente, sin interrupciones ni sobresaltos, sin tareas que hacer más que la de relajarse, ver el paisaje, cerrar los ojos y que venga a tu mente lo que tenga que venir. Me gusta viajar en silencio, a lo sumo, con mi música favorita. Escribí, no recuerdo cuándo pero está en alguna entrada en este blog, que estamos muy acostumbrados a pensar en el destino y no disfrutar del viaje. Creo, sin embargo, que es muy necesario pensar no tanto en el destino sino también disfrutar del recorrido, de los paisajes, de los detalles en los que nunca te paras porque no tienes tiempo, en el descanso a medio camino. Creo que desconectar para conectar es importante. Estoy en ello. Desconectando del mundanal ruído como dice Fray Luis de León para conectarme con mis deseos, aspiraciones, necesidades, piedras que pesan en la mochila, soltar lastres que nada aportan o ponen palos en las ruedas e impiden avanzar. El silencio es tan necesario y lo disfrutamos tan poco! . Gracias a ti por tu visita y comentario que siempre es muy enriquecedor. Un abrazo enorme!
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