“Cada (tic-tac) es un segundo de la vida que pasa, huye, y no
se repite.
Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que el
problema es sólo saberla vivir.
Que cada uno resuelva
como pueda”.
FRIDA KAHLO
Hace unos meses se me dio por
ordenar un montón de fotografías que tenía desperdigadas en varios sobres con
sus negativos. Por aquel entonces, no había la inmediatez de la foto digital ni
las fotos de consumo de usar y tirar como ahora. Las fotos se sacaban en momentos
puntuales, eventos sobre los que queríamos guardar un recuerdo, ya no digo para
siempre, pero sí para la posteridad, la breve posteridad de lo que somos y
dejaremos de ser algún día.
Revisándolas, en algún momento
sonreí y en otros me pudo la nostalgia. Son segundos robados al pasado en los
seguramente fuimos felices o al menos, lo intentábamos. Lo sorprendente es que
apenas me reconocí en muchos de ellos. No soy la de entonces, nadie lo es, estamos
en continuo cambio conforme pasan los años y los avatares de la vida nos van
golpeando con más o menos fuerza para tener varias vidas en una vida. Esos momentos parecen estar en compartimentos
estancos donde empiezan y terminan, para a continuación, con algo más de
sapiencia y menos inocencia, pasar a otro momento de nuestra vida. Pero a veces
esos compartimentos interactúan y lastran, impidiéndote cerrar capítulos
agotados que no llevan a ningún lugar. Jorge Bucay en su libro “El camino de
las lágrimas” habla de las pérdidas,
del duelo necesario para poder seguir
con nuestra vida. Claro que cuando uno habla de pérdidas, piensa en alguien que
ya no está porque se ha muerto. Sin embargo, pérdidas es todo aquello que
dejamos atrás. Amigos, situaciones, afectos, trabajos, casas, ciudades, lo que fuimos
y ya no seremos jamás. Amigos de nuestra infancia que no hemos vuelto a ver,
cambios de centro de estudios, de ciudades, de retornos, de trabajos y
compañeros. La vida está hecha de despedidas continuas, de principios y
finales, de caminos y senderos más o menos complejos, de lágrimas y nostalgias,
pero que suponen también nuevas oportunidades para explorar y seguir
improvisando. Claro que a veces sería más cómodo tener un guión preestablecido que
improvisar. Nos incomodan las sorpresas y nos gustan las rutinas, aunque éstas
no nos agraden, tememos los cambios porque suponen un duelo, dejar lo que
conocemos por un futuro incierto y sin plan B.
Dejar el pasado duele. Duele y nos aferramos a
él sin soltar el lastre porque lo pasado es conocido y lo que está por venir,
no. Y ya no hablemos de una separación, del desamor. Cantaba Rocío Dúrcal que
la costumbre es más fuerte que el amor.
La costumbre y el acomodo, viendo pasar el tiempo sin sorpresas, anestesiando
emociones por el miedo al cambio, al temor al duelo, a recorrer el camino de
las lágrimas. ¿A quién le gusta sufrir?.
A los que nos gusta controlar ( y
odiamos descontrolar) nos ha costado mucho asumir que hay muchísimas variables
imposibles de controlar con lo que descontrolaremos más de lo que nos gustaría.
Cuestión distinta es cómo nos enfrentemos a ese descontrol. No obstante, nos
frustramos y sentimos impotencia con aquello que no podemos cambiar. Cuando se
le detectó el cáncer a mi padre, sentí el mayor miedo que he sentido en mi
vida, impotencia, desazón, y un descontrol imposible de describir. Ya no era
dueña de mis emociones, ni dependía de mi que se curase. Me tenía que resignar
y ponernos en manos de otros, adaptarnos a una nueva rutina, exterior e
interior. De repente te paras y piensas que lo que eras o creías ha cambiado
radicalmente. Las prioridades cambian, la percepción del mundo también, de las
personas, de los sentimientos. Y cometes el error de querer anestesiar el dolor
que te embarga y te impide llevar una vida normal porque te aterroriza lo que puede
venir o la posibilidad de perder a una de las personas que más quieres. Es una realidad que no puedes cambiar ( esto
sería lo primero que tendrías que asumir, no está en tus manos) pero sí puedes
controlar cómo te vas a enfrentar a ella. Como bien describe el Dalai Lama “el
dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”. El gran error que cometemos es negar ese
dolor. Huimos. Huidas más o menos evidentes, silencios incómodos ( si no se
habla, no existe), consumo de hipnóticos para dormir, ansiolíticos o
antidepresivos para poder seguir viviendo, sin dolor, porque nos han vendido
desde que nacemos que nuestro fin último en la vida es ser feliz, a costa de lo
que sea, como sea y el dolor no forma parte de la ecuación de vivir. El que no
es feliz es porque no lo intenta lo suficiente y hay que evitar todo aquello
que perturbe este fin.
Es imposible cerrar así esos compartimentos
del pasado y seguir sin cuentas pendientes. Claro que para entender esto hay
que pasar por momentos tristes y pérdidas que golpeen duramente nuestros
cimientos que creemos imbatibles. Porque para resurgir tras un golpe, hay que
pasar por él. Nadie aprende ni crece interiormente sin que un acontecimiento o
circunstancia triste se produzca. Por eso a veces es bueno mirar el pasado para
entender el presente y promover un futuro distinto. Yo solía mortificarme con
los “ ojalá hubiera…” “ si en aquel momento hubiera hecho esto o lo otro…”. De
nada vale lamentarse por algo que ya no puede cambiarse. Pero hay que pasar el
duelo por lo que fue y se perdió para retomar el presente y saber que ahora sí se
puede hacer lo que consideras necesario, ya no tanto para ser feliz, pero sí
para alcanzar ese grado de plenitud que nos reconcilie con lo que somos y no
tanto lo que quisimos ser. Si esto duele, aún hay esperanza, es que estamos
vivos, y hay muchas vidas en una vida.
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