“ El alma que puede hablar con los ojos, también puede besar con la
mirada”
Gustavo Adolfo Bécquer
Antes de empezar este post, os
invito a ver este vídeo.
Sin saber más, sin tener más
información, todos hemos entendido el mensaje. Hay emoción. Ella permanece
impasible ante todos aquellos que se sientan enfrente, con la mirada
perdida , sin mostrar ningún sentimiento, emoción. Hasta que se sienta ÉL. En cuanto ella le mira, se nota un pequeño
cambio, sin apenas hacer muecas con la cara. Lo notamos en su mirada, en su
emoción contenida. Ella piensa, rememora, asimila. Seguramente, pasarán
imágenes por su cabeza de ese pasado compartido. Él asiente, sonríe. No hay
palabras. No hacen falta. Mantienen su mirada sin necesidad de decirse nada
porque ya se lo dicen todo con los ojos. Y se les llenan de lágrimas hasta que
ella tiende sus manos y se tocan. No pensamos que son viejos amigos. Pensamos
en una historia de amor intensa, viva, de mucho tiempo, en la distancia. Quizá
en un amor imposible, o una amor inaccesible, de esos complejos que impiden que
puedan estar juntos, pero que se querrán siempre.
Miramos poco para comunicarnos.
Hablamos poco con la mirada. Evitamos el contacto visual para ocultar lo que
sentimos o pensamos. Cuando algo nos da vergüenza o pudor, bajamos la mirada.
Mantener fijos nuestros ojos en los ojos de otra persona es una sensación tan
intensa que solo la admitimos unos pocos segundos. Mirar intensamente incomoda.
Que nos miren fijamente, incomoda. Sin embargo, cuando hay muchas cosas que
decirse, la mirada es la mejor narradora. Ella no miente, no
omite, no usa eufemismos, no maquilla ni suaviza. Es imposible ocultar nada. Simplemente
sale a borbotones, en forma de lágrimas, de afecto, de angustia, de nostalgia,
de amor.
La historia de este vídeo es ésta.
Una pareja de artistas, Marina Abramovic y Ulay, dedicados al arte escénico y
que colaboraron en los años 70, un día deciden separarse,
quizá porque su historia era tan intensa, que finalmente no llevaba a ninguna
parte. Hacía muchos años que no se veían. Marina realizó esta performance en el MoMa de Nueva York en el 2010 y entonces apareció Ulay. Lo que ocurrió entre ellos, pertenece a su intimidad. Lo que trasciende de esto es que, como dice ese
proverbio tan conocido, “ quien no entiende una mirada, tampoco comprenderá una
larga explicación”.