"Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte."
Lluvia- Federico García Lorca
Hace ya algún tiempo, me
propusieron un juego. Que dibujase a una persona bajo la lluvia, le pusiese un
nombre y me inventase una historia. Así que me afané en tal tarea y dibujé a
una mujer perfectamente equipada bajo la lluvia, paraguas, botas, gabardina, e
inventé una historia en la que esa mujer caminaba apurada por la calle, como si
tuviese que llegar a algún sitio y el tiempo se le escapase. Sin embargo, durante
un instante, se paraba ante un escaparate de tienda de animales y veía un perro
desvalido, con mirada triste, que observaba tras el cristal, el devenir de los
viandantes, sin mayor aspiración que un momento de afecto, aunque fuera fugaz,
a la espera de un nuevo dueño que le acogiese con cariño y pudiese salir de
aquellos escasos metros en los que lo habían hacinado. Esa mujer se paraba y le
miraba, percibía sus ojos tristes y pensaba que ojalá pudiera llevárselo de
allí pero que ahora no tenía tiempo para los afectos.
Y allí estaba yo, con mi dibujo,
mi historia, preocupándome de perfeccionar ambos, la imagen de la lluvia caer,
la mujer impecable sin mojarse, el perro con mirada melancólica… cuando resultó
que el quid del juego no era otro que descubrir cómo era yo, porque inevitablemente
uno dibuja lo que conoce, escribe de lo que sabe y pese a que todos tenemos un
lado oscuro y oculto al resto del mundo, proyectamos una parte de lo que somos.
Así que resultó que la que estaba bajo la lluvia era yo, que ante tal inclemencia, me había preparado convenientemente, no vaya a ser que la lluvia me mojase,
caminaba de prisa sin pararme, y obviaba cualquier sentimentalismo porque el
tiempo era escaso y eso del querer no
era productivo. Y es cierto. Uno va por
el mundo equipado para evitar sorpresas, lleva paraguas “ por si acaso”, camina
deprisa controlando el tiempo, programando tareas… pero apenas observa lo que
pasa a su alrededor, porque el tiempo es para sentirse útil, para trabajar y no
puedes improvisar.
¿ Y qué pasa, si en vez de ir tan
equipada bajo la lluvia, me mojo? Nos enseñan a preservarnos de la lluvia, del
frío, del sol, de la vida, de no poner el corazón en lo que hacemos so pena que
te lo rompan…y lo interiorizamos como algo tan normal, que no dejamos margen a
la improvisación, a la espontaneidad, al
“yo” un poco asilvestrado pero natural, un poco más nosotros, sin
contaminaciones, sin convencionalismos ni imposiciones. Tal vez, tras reflexionar
sobre esto, la historia sería bien distinta, y la mujer bajo la lluvia,
levantaría la cara y las manos para sentir como cae, caminaría despacio, se
reiría porque todos la tomarían por loca ( lo racional es correr, protegerse,
resguardarse) y finalmente, adoptaría el perro porque se sentiría más plena arriesgando
un poco su corazón queriendo a un ser vivo. Claro que, parece fácil hacerlo
pero ya se sabe que la razón es esa alarma permanente que quiere controlarlo
todo y no deja nada al azar. El ser humano tiende a acomodarse, los cambios le
dan miedo, le desazonan, rompen esa seguridad de lo cotidiano y conocido. Nos
sentimos seguros controlando. ¿ Cómo encontrar el equilibrio entre lo que
somos, lo que los demás esperan de nosotros, y lo que de verdad queremos?.
A veces, mojarse bajo la lluvia, puede
ser la respuesta.
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