“No es más sabio el que
menos se equivoca,
sino quien más aprende de
los errores”
Enrique Rojas
Lo cantaba Víctor Manuel, lo recitaba Mario Benedetti. Somos
islas. Cada uno de nosotros, por mucho que tendamos puentes hacia otras islas,
e incluso nos unamos para formar archipiélagos, al final del día, nos
encontramos con nuestros miedos, frustraciones, retos, sueños… Un ostracismo
que determina que la autosuficiencia es lo que se espera de uno, y la
dependencia emocional o física, un signo de debilidad.
Hace unos días fui a ver a un amigo que está en su peor momento.
Emocional y físico. Tuvo la desventura de sufrir un ictus en Diciembre y como
suele ocurrir en estos casos, tiene paralizado medio lado de su cuerpo. También
era una isla. Se movía de un sitio para otro, trabajaba, estudiaba, tomaba
cafés con sus amigos, se valía por sí mismo. Ahora, sin embargo, necesita de
los suyos, para manejarse en el día a día, hasta para sus necesidades más
básicas, las que nos dan más pudor y vergüenza. Mantiene consigo mismo una
lucha personal sobre su evolución, se frustra y desespera al ver limitada su
capacidad ambulatoria por estar amarrado a una silla. Es absolutamente
consciente del cambio que esto ha supuesto en su vida, y cada día, con la
cabeza funcionando en ebullición, se pregunta sobre su futuro, qué podrá o no
hacer, qué le tiene preparado el destino. Por mucha empatía que tengamos, nunca
llegaremos a entender sus temores, sus noches en vela, la prueba tan dura a la
supervivencia que supuso un antes y un después en su existencia. La
insoportable levedad del ser se ha convertido en la insoportable soledad del
ser. Desconfía de los buenos deseos y solo da credibilidad a los malos
diagnósticos, porque los médicos son así, asesinos de esperanza para evitar la
frustración de las expectativas no cumplidas.
Creo que pese a ser islas, al final, todos tenemos una
dependencia emocional que muchas veces se vuelve física. Sentimos la ausencia
como un dolor físico, el desamor como un nudo en el corazón y eso intangible e
incorpóreo que es el alma, se rompe cuando perdemos a un ser querido.
Dependemos de los demás para vivir, para darle sentido a nuestra existencia, y
cuando estamos bien físicamente, es una dependencia emocional, pero también
demandamos un abrazo, un beso, una caricia, una sonrisa. Necesitamos sentir y
que en esos momentos del día que nos superan, percibir el calor humano que nos
cobije y nos haga sentir queridos, más allá de las palabras.
Este amigo necesita de todo eso. Y necesita el motor que nos
moviliza, que nos hace creer cada mañana, lo que nos da energía y hace que
caminemos ligeros por la calle. La Ilusión. Ilusión por volver a caminar, por
volver a sentir que es dueño de su cuerpo, por volver a sentirse independiente
para decidir a dónde quiere ir y cómo, por mover la mano, la pierna y caminar
de nuevo. Lo que nos es dado, y lo que le fue usurpado de forma repentina, con
mala fe, nocturnidad y alevosía.
No obstante, yo creo que la vida le ha dado otra oportunidad. La
oportunidad de luchar y hacerse digno de seguir, una prueba extraña y cabrona,
para volver a empezar y redirigir su existencia. La primera prueba es la paciencia. El objetivo ahora parece
inviable, pero solo se trata de dosificar fuerzas y marcarse metas alcanzables.
Como la vida es una carrera de obstáculos, cuando veo el
objetivo muy lejos, no puedo evitar recordar uno de los pasajes de uno de los
libros que he leído y más me ha impactado, por ser una prueba de vida, una lucha
por la supervivencia, una muestra de la dependencia para sobrevivir, del
trabajo en equipo y la solidaridad. “Milagro
en los Andes” de Nando Parrado, uno de los supervivientes de aquel accidente
aéreo en los Andes de un equipo de rugby que sobrevivieron 72 días en las
montañas. Uno de los pasajes más emocionantes y emotivos es cuando, conscientes
de que, o buscaban ayuda o morirían allí, tres de ellos se aventuraron por las
montañas en condiciones extremas para pedir auxilio. Y cuanto más avanzaban,
más lejos quedaban las montañas y se disipaban sus esperanzas de conseguir
ayuda. Nando Parrado lo relata así:
Al final, la batalla que libramos cada uno, contra nuestros
miedos y limitaciones, es en solitario. Por mucho que queramos ayudar a
alguien, tendamos puentes, busquemos afectos, y seamos seres sociales, somos
islas que necesitamos la “voz en off” de nuestra mente que a veces actúa como
freno y otras como el impulso necesario para encontrar motivación. Porque puede
haber una causa externa que nos ilusione y sea el revulsivo necesario para
movernos y actuar, pero sin duda, la energía para conseguirlo está dentro de
nosotros. Yo lo llamo orgullo y satisfacción personal. Otros, supervivencia. Y
estoy segura que este amigo encontrará la cantidad exacta de orgullo,
satisfacción, superación y supervivencia para levantarse pronto de esa silla y
volver a caminar. Solo tiene que buscar esa roca como objetivo e ir hacia ella, y cuando la alcance, buscar otra, y así hasta encontrarse cerca de la montaña y poder constatar, desde lo más alto, que si se quiere, se puede.
No hay comentarios:
Publicar un comentario