Hace 3 años empecé a escribir este blog. Tuve un blog anterior, que
me sirvió de mucho en un determinado momento, pero cuando falleció mi padre entendí
que necesitaba empezar de nuevo, incluyendo nuevo blog, como el que empieza nueva
libreta, nuevo diario, nueva vida porque ya nada podría ser igual. Mi
amiga Pili me dijo una vez que empezó a escribir su blog por la imperiosa
necesidad de decirle a su madre lo mucho que la quería. Supongo que yo también
necesitaba decirle a mi padre lo mucho que le quería, la conversación pendiente
que nunca se produjo, aunque mi motivo fue más egoísta. Fue la incapacidad de
superar un acontecimiento que no por no esperado, me sorprendió porque siempre
mantuve cierta esperanza de que no ocurriese el fatal desenlace. El autoengaño ante lo que se
avecina y que puede producirte tanto dolor te deja en un estado de shock tal
que eres incapaz de verbalizar tus pensamientos, sentimientos, llegando a psicosomatizar
enfermedades que no son tales. Transcurrido el tiempo, que es la mejor cura
para el dolor y las heridas, entendí que la obligación de los que quedamos es
vivir la vida por los que se han ido con lo que la actitud, los
pensamientos negativos, las lágrimas, se transforman en esperanza y deseos de
vivir y no de sobrevivir como estaba haciendo durante muchos meses, incluso
años. No sé si es bello sobrevivir,
probablemente no, es simplemente sentir que respiras, comes, duermes y
mantienes tus constantes vitales, pero permanecer en este estado vegetativo no
tiene mucho sentido, sobre todo porque te estás perdiendo el fin por el que sobrevives,
vivir.
Casi todas las navidades reponen
una de mis películas favoritas, “ Qué bello es vivir”. No voy a contar el
argumento porque todo el mundo la habrá visto pero sí pararme en analizar a su
personaje principal, interpretado magníficamente por James Stewart, George
Bailey, un joven lleno de sueños a los que renuncia una y otra vez porque
prioriza los deseos y necesidades ajenas sobre las propias. Esos sueños,
salir del pueblo, ver mundo, hacer grandes cosas… le impiden ver que con
pequeños gestos, se hacen grandes gestas, las de ayudar al prójimo y cambiar la
vida de otros. Ese sentimiento continuo de supervivencia a la espera de vivir
le impide ver su propia vida, sus logros, su “ haz el bien y no mires a quien”
hasta que se ve desesperado y lamenta haber nacido. Claro que aquí aparece la
parte menos creíble de la película, un ángel que le muestra cómo sería el mundo
sin él y como sus acciones cambian la vida de la gente que le rodea. Es cierto.
No somos especialmente conscientes de cómo nuestros actos, acciones, omisiones,
afectos o desprecios pueden cambiar la vida de las personas. Aquel profesor
que vio tus habilidades cuando eras pequeño y las potenció hasta convertirte en
alguien, o aquel que te minusvaloró haciéndote creer que no valías y acabó
condenándote a una vida más anodina sin ambiciones personales. George Bailey no
era capaz de ver esto hasta que una alma no tan caritativa en forma de ángel (
digo no tan caritativa porque si hacía bien su función, ganaría unas alas) le
muestra el mundo sin él, mucho más triste, menos solidario, menos comprensivo,
más capitalista ( el antagonista un ser avaro y cruel sacando rendimiento de
las desgracias ajenas para aumentar su cartera). Su ausencia provocaría un
efecto en cadena de muertes y acontecimientos que hubieran salvado la vida de
varias personas. Tras tremenda imagen, desesperado acude al puente desde donde
pensaba quitarse la vida y grita desesperado “ ¡quiero volver a vivir! “. Y esa es la palabra clave, vivir quizá renunciando
a unas expectativas o sueños que nunca se iban a cumplir pero a cambio tiene
otros que suplen aquellas que nunca sabríamos si se darían. Mi amiga Cristina
dice que las cosas no suceden por casualidad. Yo en cambio creo más en el libre
albedrío, en la capacidad de decisión y autonomía del individuo, en su
capacidad de ser dueño de su vida, sus decisiones y dar un
vuelco a su existencia si ésta no le satisface. Solo hay que ser valiente,
obviar presiones o el miedo y dar un fuerte giro de timón. George Bailey no
hizo realidad sus sueños porque tenía un acusado sentido de la responsabilidad,
porque no era egoísta, si bien esa generosidad mermaba su capacidad para poder
apreciar lo que la vida le había deparado. Solo al ver desaparecer lo que
quería, pudo reaccionar entendiendo que aquellas expectativas lejanas le impedían
ver el bosque.
Uno de mis libros favoritos en mi
niñez, “Pollyanna”, enseñaba a ver el lado positivo de las cosas. La protagonista,
cuando surgía una contrariedad recordaba aquella vez que esperaba de regalo una
muñeca y en vez de eso, por equivocación, le habían enviado unas muletas. Y su
padre, ante la desilusión de su hija, le hizo ver el lado bueno de eso “
tienes que alegrarte por no tener que usarlas”.
Lo más duro que he tenido que
hacer en estos últimos tiempos ha sido tomar decisiones. Y decisiones muy
importantes que luego dejaron sus secuelas. Sin embargo, me siento satisfecha por haberlas tomado, porque he dejado de sobrevivir y he empezado a vivir. Y para ello he aprendido a admitir que las
circunstancias son las que son, que puede que nunca logre mis sueños como
George Bailey, pero tengo otros, más tangibles y posibles, más realizables.
Creo que después de superar arduas batallas, es necesario ver todo lo bueno que te rodea ( y alegrarte por no tener que usar muletas) soltar lastre que no te lleva a nada y gritar desde ese puente que separa lo que quisimos ser y lo que somos: ¡quiero volver a vivir!