miércoles, 25 de diciembre de 2013

MAÑANA ES SOLO UN ADVERBIO DE TIEMPO



 Mi abuelo materno tenía un reloj de pared, herencia de mi abuela que vino desde Cuba, al que semana tras semana, daba cuerda con mimo y ajustaba para que no se parase. Recuerdo aquel reloj con sus campanadas, y lo recuerdo porque cuando yo vivía en la casa familiar, me despertaba cada hora aquel sonido rebotante en las paredes que se hacían eco del paso del tiempo, para finalmente, acostumbrarme a su sonido musical y al tic tac del segundero. Sin embargo, cuando él enfermó, ya nadie le dio cuerda al reloj, el reloj se paró y lo hizo para hizo siempre.

Mi padre tenía un reloj de su padre, de esos de bolsillo con cadena, de plata, un Omega que trajo para casa cuando vino de  uno de los viajes de Badajoz, al que daba cuerda para que no se parase y retomase el tiempo que se paró, como si pudiéramos avanzar los segundos y minutos no vividos, y él fuese el relevo natural de su padre.
 
Cuando mi padre se jubiló, sus compañeros de trabajo le regalaron un reloj. Poco antes de su fallecimiento, me lo enseñó en su muñeca y me dijo: “mira, el segundero funciona de cinco en cinco segundos” y yo bromeé diciéndole que era para ahorrar la pila.
El día de su incineración me lo puse pese a que me quedaba algo grande, por la necesidad de sentir algo suyo y no pensar que le perdía para siempre. Curiosamente, al día siguiente, el reloj se paró.
 
Los relojes se paran cuando sus dueños se van. Se paran para que sus hijos sigamos dándoles cuerda o cambiándoles la pila. Se paran para que tomemos el relevo del tiempo que nos dan y nos dejan al marcharse, para que continuemos con nuestra vida retomándola desde que el reloj se paró. Lo llevé a una joyería y le puse pila nueva. Hoy marca los segundos y las horas perfectamente, aunque el número que señala los días lo hace con uno de retraso. Quizá fue ese el día que me faltó para despedirme y que no tuve. O quizá porque nos hace falta borrar determinado día del calendario de la vida para que no se repita jamás. O que el tiempo es tan relativo, que no lo marcan las horas ni los minutos ni los segundos de un reloj, sino nosotros en nuestros diferentes período de vida, con nuestros ritmos o experiencias.

Porque como decía Serrat, “ juega las cartas que le da el momento, “mañana” es solo un adverbio de tiempo. “

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