viernes, 24 de junio de 2016

AMOR DE CONSUMO



“ Siempre gana quien sabe amar”
Hermann Hesse

Hace unos días comí con un amigo soltero que me explicó cómo funciona eso del ligoteo. “ Ahora ya no se liga en los pubs ni en los bares, ahora se liga por internet.” “ hay diferentes aplicaciones donde te apuntas y cuando te ponen “ te gusta” es cuando decides si quieres o no contactar con esa persona. Si a ti también te gusta, le permites ves tu perfil “. Y me muestra una retahíla de fotografías de mujeres con poses más o menos ridículas que parecían decir “mira qué guapa soy, elígeme”. A mí, que me da pudor hasta cambiar la foto de perfil del Facebook, aquello me produjo vergüenza ajena. El mercadeo de carne y exposición ante personas que no conoces, como si las personas fuéramos solo un envoltorio y en esto del ligar y gustar no funcionasen otros factores más que la vista, me pareció una involución absoluta en lo que respecta a relaciones sociales. “ seamos sinceros, no se trata de gustar o buscar pareja, se trata de follar”. ¡Acabáramos! “ Aunque yo me apunté para conocer a gente. El otro día quedé con una chica y tras dos cafés se enfadó conmigo porque no quería ser su novia”. O sea, que ellas buscan algo más y ellos buscan echar un polvo. “En general, sí”. 

Desde entonces estoy reflexionando acerca de qué clase de educación hemos recibido las mujeres hasta llegar a un punto en que no hay entendimiento entre los dos sexos. A nosotras nos han vendido la estabilidad y el amor y a ellos el goce y disfrute sin complicación. Como en todo, no se puede generalizar, pero sí pensar que igual en alguna parte de nuestra formación y valores, los caminos se dividieron y nos adoctrinaron de diferente manera. Que el hombre es más visual que las mujeres es un hecho. Probablemente de ahí el exceso de preocupación por la estética en las mujeres y el relajo general de los hombres cuyo éxito ya estaría más o menos garantizado con tal de ser limpios. Por otra parte, somos diferentes en la forma de encarar las separaciones. Las mujeres necesitamos afrontar la situación, recuperar sosiego y tranquilidad para cicatrizar las heridas y ellos enseguida se apuntan a páginas de citas o buscan suplente, como si el amor fuese algo de mero consumo y las personas perfectamente intercambiables y sustituibles. Amor de usar y tirar, relaciones que no funcionan pero enseguida buscan sustituta, porque  “tienen necesidades”. Como si las mujeres no fuéramos seres humanos y no tuviéramos necesidades. Este amigo me decía hace años “ no nos engañemos. Los hombres lo que buscan es un sofá. Cuando acaba una relación, enganchan otra porque quieren otro sofá donde ver el futbol acompañados”. Claro que esto podría ser cierto… en parte. Porque después está ese otro grupo de hombres casados de doble vida y doble moral. Esos que salen de fiesta con los amigos y si cae algo, no pasa nada. Eso sí, su “santa” en casa con los niños, a la cual salvo que les descubran, no dejarán jamás, pero sí pueden permitirse licencias al margen de la obligación conyugal, “ porque tienen necesidades”. Ellas no, nunca las tienen, son ellos porque son seres primarios con necesidades primarias. Entonces te preguntas si los matrimonios no serán algo así como una sociedad mercantil, donde lo que mantiene unidos a los “ socios” son los bienes en común y no quieren renunciar a determinados estatus mientras miran para otro lado. “ Lo saben, solo que no quieren verlo. Si no tienes relaciones con tu pareja, buscas en otra parte”. 

Así que estamos como estamos, en una sociedad hipócrita de apariencia de estabilidad mientras tiene doble vida y doble moral ( estoy segura que el 90% de los hombres tendrían una relación extraconyugal si les garantizasen que sus mujeres no se iban a enterar), una sociedad de amor de consumo ( a rey muerto, rey puesto) y donde las relaciones sociales se han visto relegadas por las relaciones virtuales donde el sujeto deja de ser subjetivo, con sus características, cualidades, virtudes, personalidad, para convertirse en objeto de deseo para consumo como un kleenex, un “ aquí te pillo, aquí te mato, sexo y diversión sin complicación”. 

Visto esto quizá yo sea una “rara avis” en esto del amor de consumo, ligues por internet y doble moral. Será que para mí las personas son singulares e insustituibles, cada persona es única y por tanto, no intercambiable, que los afectos no se suplen con otra mancha de mora y que las personas somos algo más que un cacho de carne con ojos a la que poner puntuación.  Que si uno está infelizmente casado, debiera romper con lo que le hace infeliz y dejar de engañarse y engañar, comportarse como alguien comprometido y dejar de pulular en los dos estados civiles. O si uno acaba de romper con su pareja, darse un período para asentarse emocionalmente y superar la pérdida de un ser querido. En todo esto nadie se ha parado a pensar que las personas tenemos sentimientos, que si uno espera algo más del otro, debiera ser claro, que hacer daño a la personas tiene consecuencias si eres empático, y que te puede pasar a ti.

Ninguna red social ni aplicación del móvil pueden sustituir las relaciones personales, la de mirar a los ojos a las personas y utilizar los sentidos para conocerla, la del amor a fuego lento, sentir afectos y empatizar, la de la paciencia y el sosiego, la de la ilusión y esperanza de que esa persona, merece la pena. Algo así como lo que cantaban “ Los panchos”: “alma para conquistarte, corazón para quererte y vida para vivirla junto a ti”.



miércoles, 15 de junio de 2016

MUCHO RUIDO


¡Qué descansada vida 
la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!

Fray Luis de León

Llegas a casa tarde, aunque en estos días de verano, los más largos del año, aún hay luz y piensas que es temprano para acostarte. Improvisas algo para cenar, suave, para salir del paso. Enciendes la luz de la cocina, aunque se ve con la claridad que entra por la ventana. Repites los rituales habituales, casi mecánicos. Enciendes la televisión, sin que te importe mucho lo que echen, pones la mesa, los cubiertos, el vaso, el plato. Con cierta desgana, empiezas a cenar mientras haces zapping para intentar encontrar algo que capte tu atención. Reallity shows, gente que busca pareja, series repetidas, alguna película ñoña, debates políticos casposos…nada nuevo. Miras el móvil y te conectas a las redes sociales, a ver qué hay de nuevo.  Mensajes de whatsapps acumulados. Los lees verticalmente mientras bajas con el dedo el listado. Así se suceden los días. Tus días. Una y otra vez. En soledad en tu casa, pensando que estamos tan comunicados y a la vez, tan solos. Comunicados con el mundo pero incomunicado contigo mismo. 

Hace mucho que no te paras a pensar qué es lo que quieres, ni tampoco cómo te sientes. Necesitas del ruido, del bullicio, de llenarte de cosas y tareas para no pensar, de correr de un sitio para otro dando sensación de ocupación. Mucho ruido, sobre todo, ruido. Ruido de mensajes, ruido de was, ruido de avisos. A todas horas, ruido. Y nunca estás en silencio, nunca te paras,  nunca piensas, porque pensar te da miedo, no te gusta preguntarte porque no te gustan las respuestas, no te gusta pensar porque pensar implicarte enfrentarte a ti. Mejor que haya ruido, de ese que distrae y te enfrasca en algo que no sea uno mismo, ni pensar en tu vida, ni entender que lo que distrae, evita que sientas. Solo en la oscuridad de la madrugada, retornan los miedos y las secuelas de un pasado no superado. El silencio te enfrenta a lo que eres, mientras paseas como un alma en pena por cada estancia, te escuchas y no puedes escapar. Y cuando el silencio delata los miedos, enciendes la televisión o lees un libro, algo que distraiga ese demonio que martiriza y causa dolor, porque pensar sin ahondar en la herida no es suficiente exorcismo para espantar los males.


Hay que ser valiente para desconectarse del mundo y reconectarse con uno mismo. Porque podemos huir a centros comerciales y comprar muchas cosas para paliar el vacío, podemos asistir a grandes eventos llenos de gente cuyo bullicio impide hablar, podemos trabajar muchas horas y sentir que nuestra mente está tan ocupada para no pensar en lo que nos depara la vida o si nos llena o estamos a gusto con nuestra situación actual. Podemos conectarnos con mucha gente y hablar de cosas intrascendentes. Pero a veces hay que huir del mundanal ruido para escucharnos sin temor a lo que podamos decirnos. El silencio te reconcilia con tu alrededor. Escuchas más allá de lo que ves, los pájaros, la música que suena en tu cabeza, los latidos de tu corazón. Percibes emociones y las resaltas. Saboreas la comida y el primer sorbo de café de la mañana te inocula energía. Ves lo que hay a tu alrededor y lo miras con curiosidad e interés. Disfrutas del amanecer siendo la primera imagen que ves al salir de casa por la mañana. Sientes que el viento en la cara despeja las ideas y oxigena tus poros. Solo tienes que pararte y no distraerte con estímulos innecesarios. Apagar el móvil, desconectar el ordenador, no estar siempre disponible. No más ruido. No de ese que nos lleva por la inercia de la costumbre sin cuestionarnos nuestra infelicidad y rutina, y que cuando ya no tengamos tiempo, nos reprochemos por qué no nos paramos cuando pudimos y por qué no fuimos valientes para silenciar ese ruído alienante que nos impide ser nosotros mismos. 


domingo, 5 de junio de 2016

EN SUS ZAPATOS




NO TE DETENGAS
( ...) Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros “poetas muertos”,
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los “poetas vivos”.
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas …
Walt Whitman 


Hoy me he puesto las Converse de mi padre. De las pocas cosas que nos quedamos y que caben en una caja, guardé sus zapatillas azul marino. Son clásicas, solo una estrella blanca en un lateral rompe la monotonía del azul marino. Clásicas como vestía él, que apenas cambió de estilo en años, salvo adaptarse por imposición de mi madre ( es lo que tienen las madres, se imponen hasta eligiendo la ropa de sus maridos) a algunos dictados (o dictaduras) de la moda.  


Son cómodas, aunque me quedan un poco grandes, calzaba un número más que yo. Se amoldan bien a mis pies, aunque los pliegues del andar de mi padre no coinciden con los míos. Cada uno pisa de manera diferente, hace sus propios pliegues, estira la lona conforme convenga y roza donde considere. Seguramente me rocen en un sitio diferente que a él, lo averiguaré cuando las ponga sin calcetín, que esto siempre es arriesgado y muchas veces da desconfianza quitárselo, a nadie le gusta que le hagan daño y aunque curen las ampollas, siempre quedarán cicatrices. 

Ponerse los zapatos de otra persona, te da perspectiva. Piensas cuántos kilómetros habrá caminado con ellos, qué cosas habrá visto y vivido, si hay una piedra dentro, en qué momento del camino se la habrá quitado o si la ha soportado estoicamente hasta que la molestia era más que fuerte que su voluntad para seguir caminando. Piensas también si siempre ha caminado por el camino considerado correcto o ha cometido alguna insensatez al salirse del camino trazado y explorar otros nuevos, aventurarse a cambiar de ruta sin tener plano o GPS o seguir la senda que te han marcado otros sin cuestionarla.  Mi padre no era de los que arriesgaban, pero quién sabe lo que pasa por la cabeza de cada persona. Hay rastros que no se borran, hay pisadas que dejan huella, hay caminos que ha recorrido antes que tú y te avisa de que por ahí duele. Mi padre siempre me decía que no me conformara. Ni con mi vida, ni con lo que quisiera hacer. “ No te conformes” . Y aun después de irse, seguía escuchando estas palabras en mi cabeza.


 Me gusta ponerme sus zapatos, aunque no he sido capaz de ponérmelos hasta ahora. Dejan la huella de su paso por mi vida. Los pliegues facilitan que ésta no duela tanto, y las ampollas y cicatrices que me hagan, podré paliarlas de mejor forma que si éstas fueran nuevas. Él me dejó el camino, con algunas dificultades menos, pero con sus zapatos, para que me fuera más cómodo recorrerlo,  aprendiendo a soltar amarras y cambiar de recorrido si éste no es el que yo quiero. “No te conformes" me dicen mientras las miro en mis pies. Y no, no me conformo. Ya no.