Hace unos días leía una entrevista de Rafael
Santandreu, psicólogo con grandes ventas de libros de autoayuda en España, esos
libros que siempre que paso por esa sección de una librería miro
con cierta grima, con esos títulos tan sugerentes como “ Supera la adversidad” “Cómo reforzar tu yo” o algún que otro reclamo que te
recuerda tu complejo de inferioridad, tu falta de autoestima o alguna carencia
de la que ya somos conscientes y que no creo que por leer un libro que te haga
repetir frases ante un espejo, uno pueda superar.
No obstante, pese a mi escepticismo, la leí porque
el titular me llamó poderosamente la atención: “ ¿Me muero mañana? Fenomenal! “.
Ese exceso de optimismo y vitalidad que transmitía el resto de la entrevista me
rechinó, porque no creo que vivamos en una felicidad absoluta ni una paz
interior tan acusada que recibamos la muerte con este entusiasmo y algarabía. Bien
es cierto que el concepto de felicidad es tan variado como personas hay en el
mundo y cada uno tiene aspiraciones distintas para alcanzarla, aunque si les
preguntamos a la inmensa mayoría de los
mortales, seguramente asocian felicidad con la satisfacción de conseguir bienes
materiales, vivir sin preocupaciones y estrés. Pero…¿ qué es la felicidad? ¿cómo es posible que alguien perciba con
feliz estoicismo la muerte? ¿ cómo se puede ser feliz si no entendemos el
sentido de esta vida pero sabemos con absoluta certeza, que todos moriremos y
más tarde o más pronto, dejaremos de existir?.
Como bien se describe en la Pirámide de Maslow, el
ser humano tiene una serie de necesidades básicas, que a medida que va
cubriendo, genera otras y así indefinidamente, porque la ambición humana no
tiene límites. Sin embargo, la inmensa mayoría relacionamos suplir necesidades
como paso previo para conseguir la felicidad, aunque evidentemente la relación
no es proporcional porque no el que más tiene, es el más feliz ni a la inversa.
Borges describe que el mayor pecado que puede
cometer un ser humano es no haber sido feliz.
“He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.”
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.”
¿ De verdad que nuestro fin en este paso efímero
por la vida es la búsqueda de la felicidad, ese elemento abstracto y
sobre valorado como fin último de nuestra existencia? ¿ Alguien nos garantiza
que seremos felices al nacer o en realidad, la vida nos educa a base de
bofetadas para valorar la felicidad cuando ésta aparece y dejarla ir cuando se
evapora, con resignación y pensamiento positivo esperando de nuevo su regreso?
¿ la felicidad no es el fin y tal vez, solo tal vez, no es más satisfactoria su
búsqueda como aliciente para vivir, que el conseguirla? ¿ qué hacemos entonces
una vez conseguido el objetivo y tras disfrutarla? ¿ acaso no nos marcamos
nuevas metas, nuevos retos, aumentando esas necesidades de las que antes
hablaba?.
Sin
embargo, yo no creo que la mejor descripción de un estado óptimo sea la felicidad,
que se liberan endorfinas, saltamos de alegría, o aparece una euforia
desaforada, estado en el que es imposible permanecer siempre, al igual que el
enamoramiento, en el que no comes, no duermes y que el ser humano no resistiría
más que una breve temporada.
El día a
día es un estado plano, sin grandes altibajos, afortunadamente, con actividades
más o menos mecánicas y repetitivas, rutinarias y monótonas, un valle que a
veces, se vuelve montaña y otras veces foso, en función de múltiples variables
que muchas veces no dependen de nosotros. Por eso no creo en la felicidad estándar,
en el positivismo como norma estática y permanente. Creo en los estados de
ánimo pausados, en los momentos puntuales de felicidad o infelicidad ( lo
contrario sería anti natura o una depresión), y creo en la plenitud. El sentirse
pleno como persona, aceptándonos con nuestros defectos y virtudes, en la fuerza
de voluntad para cambiar lo que no nos gusta de nosotros, en la realización
personal con metas alcanzables y reales, el tener el suficiente aplomo para no
dejarse llevar por la desesperación, el superar el excesivo control sobre las
cosas, el no pensar en la búsqueda incesante de esa euforia-felicidad futura
pero sí en disfrutar el presente como algo real y tangible, sin aspiraciones
imposibles ni que dependan de los demás.
Acertado Borges en culparse a sí mismo por no
haber sido feliz. Quizá se distrajo demasiado en la rigidez del arte, en la
complacencia ajena, el no pararse jamás y preguntarse qué es lo que le haría
feliz. Es duro encontrarse a solas con uno mismo, hacer examen de conciencia y
responder a preguntas incómodas de las que solo nosotros tenemos la respuesta. Podemos
cambiar de ciudad, de país, escalar montañas, o tirarnos con paracaídas desde
un avión, pero nunca podremos huir de lo que somos.
Asi que, en plena búsqueda del estado de plenitud,
me quedo con la frase de esta hermosa canción cantada por dos de las mejores voces
femeninas, Ana Belén y Sole Giménez, “ La felicidad “, ¿ qué puede hacernos más
feliz que “ el abrigo inesperado de un abrazo”? Nada satisface más que el sentirse
querido. Y ahí es donde sí tenemos algo de culpa, en la reciprocidad, en dar
para recibir. Debiera practicarse más.
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