“truéquese en risa mi dolor profundo,
que haya un cadáver más…qué importa al mundo? "
Salvo los cumpleaños, no suelo celebrar los
aniversarios. Tal vez sea, porque a medida que cumplo años, intento no
sobrecargar mi memoria y empiezo a apuntarlo todo, o porque los aniversarios
dejaron de ser dignos de recordar, porque evocar el pasado a veces es tan
doloroso que no merece ser recordado. Sin embargo, todos los días 1 de cada
mes, inevitablemente, los recordaré. Y el día de difuntos también.
Hoy hace dos meses que falleció mi padre. Sin
embargo, me parece que hace mucho más tiempo que no le veo. Y temo que si no lo
recuerdo todos los días, me olvide de su voz, de sus ojos, de su sonrisa.
Cuando perdemos a un ser querido, de repente nos volvemos fetiches de cualquier
cosa que nos lo recuerde, como si fuera posible retener en nuestros sentidos
los olores o momentos que se han quedado prendidos en sus cosas, en su ropa, en
su dormitorio, en sus fotos…e insanamente ( y también inconscientemente) nos
rebelamos contra cualquier gesto de deshacernos de lo que era suyo, como si
fuese a regresar algún día y tirar o regalar es un sacrilegio, una falta de
respeto, un ansia de olvido inhumano. Todas las pertenencias de mi padre caben
en una caja. Toda una vida y eso es lo que somos. Un montoncito de cosas que
caben en un cajón.
Después de dos días de apenas descanso y con el
alma rota, cuando regresé a su casa, aún podía olerle en su habitación, en su
baño, en los muebles. Y mi madre, con una actividad frenética sobrenatural (
cada uno canaliza el dolor como puede) se deshizo de su ropa para dársela a la
parroquia, del dormitorio, pinto y empapeló, para no dejar rastro de los peores
momentos de nuestra vida y evocar el dolor padecido, porque lo que queda ya no
somos, por mucho que nos aferremos a las cosas materiales de un ser querido.
Pero… y que hacemos con el dolor y el vacío en la boca del estómago, imposibles
de consolar y saciar?. Hay alguna fórmula para mitigarlo, para llenar una
ausencia tan notoria que te martiriza a todas horas, que ha dejado en ti un
dolor perenne aunque sonrías?.
Nos aferramos al dolor para decirnos que todo fue
real, que esa persona existió, pese a que todo parece un sueño, una maraña de
días en los que no has sido muy consciente de nada pero doliente de todo. De
repente, tienes miedo a olvidar su mirada, su naríz torcida de un golpe cuando
era pequeño, su sonrisa y carraspeo nervioso, los gritos con los que mi madre y
yo dábamos un respingo en el sofá cuando veía el futbol y marcaba un gol el
Atlético de Madrid, o blasmefaba con alguna de esas medidas del desgobierno de
Rajoy. Curiosa es la mente, que como medida de supervivencia, disipa las
imágenes que duelen para hospedarlas en un lugar remoto de tu mente, y sin
embargo, tu consciente se aferra a ellas, con uñas y dientes porque no quieres
olvidar aunque te duela.
Antonio
Machado, describía, magníficamente esto en el poema “ Los ojos” :
I
Cuando murió su amada
pensó en hacerse viejo
en la mansión cerrada,
solo, con su memoria y el espejo
donde ella se miraba un claro día.
Como el oro en el arca del avaro,
pensó que guardaría
todo un ayer en el espejo claro.
Ya el tiempo para él no correría.
II
Mas pasado el primer aniversario,
¿Cómo eran - preguntó -, pardos o negros,
sus ojos? ¿glaucos?...¿grises?
¿Cómo eran ¡Santo Dios! que no recuerdo?
III
Salió a la calle un día
de primavera, y paseó en silencio
su doble luto, el corazón cerrado...
De una ventana en el sombrío hueco
vio unos ojos brillar. Bajó los suyos,
y siguió su camino...¡Cómo esos!
Y yo miro mi reflejo en su espejo del baño, y el colgador de su
bata, y el sofá en el que me esperaba tumbado para comer, pero ya no está ni
estará jamás. Probablemente ha llegado el momento de dejarle ir. Pese a esperado, aún me niego a
aceptar una realidad que duele tanto, porque pudo con todo contratiempo, pronóstico,
y ganó cuatro años de vida, hasta que ya no pudo más. El negarme a verlo no es
más que un escudo para soportar una pérdida tan dolorosa.
Pero
todo sigue. Los días tienen principio y final, el sol sale y se pone de nuevo,
el mundo sigue girando, la vida transcurre para los demás que debemos seguir
caminando y avanzar porque nada se detiene por ti, ni por tu ausencia, ni por
el dolor.
Hoy
soñé con él. Aún consciente en el sueño que estaba muerto, me llamaba por
teléfono y yo le preguntaba cómo estaba. Volví a escuchar su voz diciéndome: “
bien, estoy bien” para a continuación, tras un largo silencio,
poder decirle lo mucho que le quería. De no haberme despertado, seguro que
hubiera hechos suyas las palabras de Machado:
“Late corazón… no todo se lo ha tragado la
tierra”.
Dedicado, con todo mi cariño, a mi prima Vanesa Guerra, que seguro se reconoce en este escrito y era como una hija para mi padre.
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